Cultivar resiliencias es también cultivar comunidad
- Marta Pons Cabanes - Coordinadora general de Food Coop Bcn
- 12-05-2020
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Confinadas, nuestras vidas entre paréntesis. Esta situación extraordinaria interpela a los límites no sólo personales y de nuestros cuerpos, también sociales, ecológicos y económicos del propio sistema. Justamente los límites donde radican oportunidades de transformaciones más profundas.
¿Qué ha cambiado en nuestra manera de proveernos de alimentos en tiempos de Covid? ¿En qué sentido el virus ha modificado nuestros hábitos alimentarios y de consumo? Tenéis la sensación de que comemos más? Efectivamente un cambio de rutinas, afecta a nuestros hábitos y así lo corrobora el dato: el peso de la renta familiar destinada a alimentación ha aumentado considerablemente de un 18 a un 60%.
El confinamiento ha establecido líneas imaginarias y sobrevenidas que han transformado los mapas de cómo las personas satisfacemos las necesidades básicas. En estos nuevos mapas de la vida cotidiana confinada las distancias se redimensionan, algunas se ensanchan pero otras se acortan. Así, observamos como las medidas de distanciamiento social restringen nuestro radio de abastecimiento alimentario. Estamos 'obligadas' a consumir en nuestro entorno más cercano. Esto hace que la opinión pública signifique en piel propia los beneficios a todos los niveles de la producción y el consumo más locales, el producto de proximidad no ha tenido nunca mejor campaña.
Aunque los sistemas alimentarios locales son centrales en las narrativas asociadas a la sostenibilidad, un estudio reciente apunta que 'menos de un tercio de la población mundial podría satisfacer la demanda de alimentos producidos localmente'. En un contexto globalizado la mayoría de la población mundial depende, al menos parcialmente, de alimentos importados; intensificando las vulnerabilidades durante cualquier crisis, como la actual pandemia, que pone en suspense las cadenas mundiales de suministro de alimentos.
El consumo es central en nuestras vidas, las sociedades occidentales y mal llamadas desarrolladas estructuran en torno al consumo, 'somos en tanto que consumimos'. Consumir genera identidad, genera vínculo. Recordad si no, como al inicio del estado la alarma se puso mucho el foco en la imagen de estanterías vacías de los supermercados y el consumo masivo de papel higiénico. Personalmente me pareció redundante en exceso y me preguntaba, más allá del papel higiénico, ¿cómo estamos? Somos más que lo que consumimos.
Cuando la vida queda en suspenso, se ponen de relieve los elementos que la sostienen. Las crisis invitan a hacernos preguntas sobre qué es lo esencial, necesario y vital tanto a nivel personal, como social y económico. La alimentación se ha erigido indiscutiblemente como ámbito esencial, y por tanto, reclama un lugar prioritario y de reconocimiento en las agendas políticas.
Las políticas alimentarias son más que políticas de consumo aunque éstas tengan un papel protagonista y estructurador, no se trata sólo de garantizar el abastecimiento a la gran ciudad. Las metrópolis como grandes núcleos de consumo se nos presentan como palanca de transformaciones profundas, pero esta centralidad no tiene porque ir en detrimento de la calidad de vida en los territorios rurales, al contrario. El campo no es un refugio, es un socio. Los contextos urbanos y los rurales se encuentran caracterizados por continuidades y interdependencias. Hay que establecer nuevos vínculos que faciliten la reconexión y el reconocimiento entre el mundo urbano y el rural a través de repensar cómo nos alimentamos.
Una conocida premisa de la neurolingüística dice que el mapa no es el territorio, haciendo referencia a que cada persona tiene una vivencia diferente respecto a un mismo terreno, poniendo el énfasis en las representaciones personales, que también pueden leerse de manera comunitaria o colectiva. En este sentido, la conciencia de interdependencias territoriales pasa por poner en valor la diversidad de cartografías y experiencias que en la crisis actual, desbordan las medidas urbanocéntricas impuestas en relación a la alimentación. Son ejemplo las batallas libradas para mantener abiertos los mercados de payeses y permitir el acceso a los huertos de autoconsumo o al bosque.
La perspectiva de los entornos alimentarios pone la mirada en las desigualdades según código postal en relación a los hábitos de compra y salud. Si solo puedes salir de casa para comprar, la oferta alimentaria de establecimientos y comercios cercanos determinará tu cesta de la compra y tu dieta. Efectivamente la accesibilidad (distancia física), la asequibilidad (capacidad económica) y la disponibilidad (oferta comercial) son determinantes para la población con rentas más bajas, como nos muestra un estudio reciente del IERMB. La solución no pasa sólo por aumentar el número de tiendas 'saludables', se necesitan transformaciones de estilos de vida y valorar otras variables complementarias que muestren la complejidad de las cotidianidades alimentarias.
Por ejemplo, en las coreografías de la vida cotidiana los itinerarios alimentarios que trazamos enlazan de manera no lineal en el entramado de conciliaciones y cuidados. Esto significa que saliendo del trabajo, aprovecho para comprar algo que resuelva la cena y recojo los niños de la escuela o de las extraescolares, les llevo la merienda y al mismo tiempo llamo para resolver un incidente en la gestión de la beca comedor (para entendernos). Son estas líneas invisibles las que esta crisis sin precedentes ha subrayado con más fuerza, significando la importancia de las redes de proximidad que sostienen la vida y favorecen el apoyo mutuo en la metrópoli de los quince minutos.
Mayoritariamente ponemos la mirada en lo que no podemos, en la prohibición, en la distancia que niega. Pero también podemos conectar con lo que podemos abarcar, con lo que este entorno aunque restringido de manera no querida nos ofrece y posibilita. ¿Dónde tenemos capacidad de incidir? ¿Qué privilegios tenemos y qué uso estamos haciendo? Los privilegios van vinculados al poder que se relaciona directamente con recursos materiales pero no exclusivamente, también hacen referencia a la capacidad de atravesar momentos difíciles.
¿Qué estructuras se han mostrado más resilientes en la actual crisis? Esta pandemia sin precedentes ha puesto aún más de manifiesto las fragilidades del sistema alimentario que ya estaba bajo una fuerte tensión provocada por la crisis climática. La resiliencia de los sistemas alimentarios hace referencia a la capacidad de proporcionar alimentos suficientes, adecuados y accesibles para todas las personas en situaciones adversas, imprevistas o de riesgo.
¿Qué canales ponemos al servicio de las políticas alimentarias y qué modelo agroalimentario defendemos? ¿Como nos imaginamos el día siguiente? Tenemos el reto de crear estrategias alimentarias con mirada larga, aprovechando estructuras ya existentes o emergentes que se hayan mostrado resilientes, promoviendo alianzas disruptivas (que nos hagan sentarnos a la mesa con quien no acostumbramos a hacerlo) para dar respuesta al aumento de la pobreza alimentaria que ya es una realidad.
La Carta Alimentaria de la Región Metropolitana de Barcelona impulsada desde el PEMB con más de 100 entidades y municipios comprometidos, quiere ser el momento cero de alineamiento hacia una alimentación sostenible enfocada a la reducción de las desigualdades sociales y la segregación territorial con principios y prácticas que estimulen una vitalidad social y económica basada en la regeneración, los cuidados y la reparación. Cultivar resiliencias es también cultivar comunidad.
Las opiniones de los autores y las autoras no representan necesariamente el posicionamiento del PEMB.