Vivir la crisis (y la metrópoli) en soledad: un reto estratégico
- Oriol Estela - Coordinador general del PEMB
- 26-03-2020
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Una persona es una persona a través de otras personas
Desmond Tutu. Premio Nobel de la Paz 1984
La soledad es personal y es también política. La soledad es colectiva; es una ciudad. […] Lo que importa es la bondad; lo que importa es la solidaridad. Lo que importa es estar alerta y abiertas, porqué si alguna cosa hemos aprendido de lo que ha sucedido en el pasado, es que el tiempo de los sentimientos no durará demasiado.
Olivia Laing, The Lonely City (p. 281)[1]
El confinamiento al que nos vemos volcados a raíz de la crisis del COVID-19 está suponiendo por primera vez para muchas personas una experiencia prolongada de vida en solitario. Incluso se nos recomienda mantener distancia social tanto dentro como fuera de casa, y es posible que estas recomendaciones perduren cierto tiempo una vez acabado el estado de alarma. Esto debe hacernos conscientes que esta situación no es extraña para una parte importante, y creciente, de la población, y nos tiene que hacer repensar nuestras ciudades y nuestros modelos de vida para hacerle más espacio a la comunidad que nos rodea.
“Distancia social” será, por lo tanto, sin ninguna duda, una de las locuciones del año, y está por ver si no de la década. Un hecho irónico teniendo en cuenta que hace sólo dos años lo fue “soledad”, cuando en el Reino Unido se le dio el trato de epidemia y se llegó a crear incluso un Ministerio de la Soledad encargado de impulsar una estrategia transversal para combatir su crecimiento entre la población.
El motivo fueron los preocupantes datos del informe de la comisión que dirigió la parlamentaria Jo Cox: un 14% de la población británica (más de nueve millones de personas) reconocía sentirse sola a menudo o siempre. Otros informes, como “The Cost of Loneliness to UK Employers” de la New Economics Foundation estimaban en más de 2.500 millones de libras el coste de la soledad para las empresas públicas y privadas.
Un año antes, un antiguo responsable de sanidad en Estados Unidos, Vivek H. Murthy, ya había hablado de la soledad como una crisis de salud pública, con efectos equivalentes sobre las expectativas de vida a los de fumar 15 cigarrillos al día, es decir, incrementando el riesgo de muerte en un 26%.
La soledad es un fenómeno complejo de analizar ya que presenta múltiples caras y tiene una gran diversidad de causas. Y sus consecuencias dependen mucho de si se trata de una situación querida o sobrevenida. En cualquier caso, la situación del Reino Unido se repite en gran parte de los países de nuestro entorno como también en nuestra casa. En el Estado español, el Congreso aprobó una proposición no de ley a finales de 2018 instando al gobierno a combatir la soledad de la gente mayor. Posteriormente, en un estudio del Observatorio Social de “la Caixa” elaborado a partir de una encuesta a mayores de 20 años, un 55,4% manifestaba experimentar aislamiento social, sentimiento de soledad[2] o ambas cosas, y se apuntaba a la pérdida progresiva de los enlaces de amistad y, sobre todo, familiares como el detonante de estas situaciones. En junio de 2018, la revista Barcelona Metrópolis le dedicaba un monográfico a la cuestión, estimando que 100.000 personas mayores de 60 años vivían solas en la ciudad, mientras que en 2019, la Junta Local de Seguridad informaba que 141 personas murieron en soledad en Barcelona, el 70% de ellas mayores de 60 años.
Más allá de lo que ha puesto de manifiesto la situación actual de confinamiento masivo debida a la pandemia del COVID-19, que es básicamente si estamos preparados para vivir de esta manera, se nos abre la oportunidad de desestigmatizar la soledad, como reclama la escritora Olivia Laing, pero también entender que debe recibir una atención específica en cualquier mirada estratégica que hagamos hacia el futuro. Los motivos esenciales son tres.
En primer lugar, el envejecimiento de la población. Pese a que la soledad afecta a todas las edades y, incluso, el estudio anteriormente citado del Observatorio Social de “La Caixa” alerta que el 34% de las personas entre 20 y 40 años se sienten solas[3], es en el colectivo de gente de más edad, tanto por su mayor vulnerabilidad como por la tendencia a su crecimiento dentro del conjunto de la población, donde será necesario poner un acento muy especial para evitar que el problema vaya a más en el futuro. La tarea del Observatorio de la Soledad puesto en marcha por la entidad Amics de la Gent Gran o proyectos como “El antídoto de la soledad” nos muestran como afecta esta circunstancia a la población mayor (se estima que unos dos millones de personas en toda España), en especial a las mujeres.
En segundo lugar, los cambios en el marco laboral. No es sólo que el mayor peso de las profesiones liberales y el trabajo autónomo, el auge del emprendimiento individual o el acento en la importancia de la “marca personal” nos hagan más individualistas. En su artículo de 2017 en la Harvard Business Review, Vivek H. Murthy señaló el lugar de trabajo como un espacio donde la soledad puede hacerse más evidente y profunda. En el caso de las mujeres, sentirse solas en el espacio laboral, especialmente en determinadas profesiones, es aún más frecuente: en los Estados Unidos, hasta un 20% trabajan completamente rodeadas de hombres según un informe reciente de McKinsey. Pero Murthy también asegura que se pueden establecer medidas en sentido contrario, que mitiguen la soledad y, en consecuencia, mejoren la salud, al mismo tiempo que la productividad, de las personas trabajadoras.
Para conseguirlo, las empresas deberán evaluar cada vez más el impacto de las nuevas formas de trabajo, con el teletrabajo al frente, sobre las personas. The Stress Management Society, también en el Reino Unido, recomienda igualmente integrar en los centros de trabajo iniciativas para fomentar la interacción social entre compañeros y compañeras de trabajo y formación para que los directivos controlen e identifiquen cambios en las conductas vinculadas a este fenómeno.
Finalmente, el estilo de vida urbano en general y la forma de la ciudad. Durante años nos hemos focalizado mucho en la urbs y en menor medida en la polis. Pero hemos arrinconado bastante, salvo en episodios puntuales, la civitas y aún más las communitas. Robert Putman ya puso sobre la mesa el año 2000 los riesgos de la pérdida de capital social inherente en nuestro modo de vida en su famoso libro Bowling Alone. En todas partes podemos encontrar estudios que relacionan claramente la vida urbana con un mayor riesgo de padecer esquizofrenia y depresión, enfermedades que son de alto riesgo cuando no se tienen redes de apoyo emocional.
En cambio, la inmersión tecnológica en la que vivimos tiene un impacto ambivalente. El debate abierto sobre el sentido del impacto de las redes sociales y la mensajería instantánea que, como siempre, depende más del uso que se haga de estas herramientas que no de la herramienta en sí. Parece claro, en cualquier caso, que hay que aprovechar el momento para ayudar a la gente mayor a familiarizarse con estas tecnologías que les permitirán mantener el contacto con familiares y gente cercana en cualquier circunstancia futura.
Pero también puede ser que los médicos acaben recomendando la “terapéutica digital”, es decir, el uso de determinadas aplicaciones que faciliten la interacción social, aunque hay quién apuesta más porque se receten fórmulas diversas de contacto social o la participación en proyectos como Radars o Vincles BCN. En los Estados Unidos van, como siempre, más allá y se ha comenzado a generar un importante volumen de negocio proporcionando todo tipo de servicios para apaciguar la soledad, incluyendo sacar sillas a la calle para charlas espontáneas u organizando encuentros para abrazarse.
Una tarea que quizás irán asumiendo cada vez más los robots. Los economistas Daron Acemoglu y Pascual Restrepo calcularon que entre 1993 y 2014, los países que más habían invertido en robots eran los que estaban envejeciendo más rápidamente (Corea del Sud, Singapur, Japón y Alemania), siendo este un factor que explica al menos en un 40% el número de robots existentes. Todo apunta a que sobre todo en el apoyo y acompañamiento a la gente mayor, los robots jugarán un papel importante en el futuro, no sin controversias, aunque se prevé que actuarán más como apoyo y complemento de la atención personal que no como sustitutos de ésta.
En el estilo de vida intervienen otros factores. Por ejemplo, en 2017 había ya 4.687.400 viviendas unipersonales en España y el Instituto Nacional de Estadística prevé que lleguen a 5,8 millones en 2033, casi un tercio del total. El despliegue de fórmulas de co-housing tiene que ser un instrumento para hacer frente tanto a la crisis de la vivienda como a la epidemia de la soledad, y ya existen en funcionamiento algunas experiencias en Barcelona, incluyendo la singular aportación de la cooperativa La Borda.
Así mismo, algunos indicadores de bienestar que se publican en Reino Unido muestran como un tercio de la población adulta hace sus comidas en soledad -en Londres el porcentaje aumenta hasta cerca del 50%- y este hecho se considera el factor con un impacto más negativo sobre la calidad de vida de las personas únicamente por detrás de sufrir una enfermedad mental. La tendencia se extiende incluso en las comidas en restaurantes, la web OpenTable ha registrado un incremento del 160% en las reservas individuales desde 2014. Esto afecta también en la calidad de las dietas y en nuestra relación con la comida en general, como explica la periodista Bee Wilson en su libro The Way We Eat Now. Que un 20% de las comidas en Estados Unidos se realicen dentro de los coches es un signo claro de que alguna cosa no acaba de ir bien.
Necesitamos, pues, ciudades con espacios de encuentro y servicios compartidos y accesibles, que permitan otros estilos de vida en comunidad, y en particular espacios y servicios pensados para la gente mayor pero no de manera aislada, sino facilitando la relación entre generaciones. Entre las recientes aportaciones en este sentido hay que destacar Palaces for the People, de Eric Klinenberg, que pone énfasis en la importancia de las que llama “infraestructuras sociales” de la ciudad para tejer comunidad.
Es precisamente la construcción y el fortalecimiento de redes comunitarias de apoyo social y ayuda mutua lo que comporta una conectividad social que proporciona mejoras claras en el bienestar y la salud física y mental, dado que se ha demostrado que tanto los lazos sociales fuertes (familia y amistades) como los débiles (comunitarios) contribuyen[4]. En este sentido, libros como Radical Help, de Hillary Cottam plantean fórmulas para un nuevo estado del bienestar construido sobre estas bases, mientras que proyectos como Barrios y Crisis, del IGOP, ponían de manifiesto la capacidad de innovación social comunitaria en determinados barrios después de la crisis de 2008, que se ha mostrado clave también en la respuesta inicial a la situación creada por el coronavirus.
En un momento en el que se hace necesario hacer frente de manera colectiva a retos de grandes dimensiones como la emergencia climática o el impacto de la pandemia, no nos podemos permitir que nadie quede atrás, profundizando las desigualdades, pero tampoco que nadie quede al margen, sin poder contribuir ni recibir el apoyo de la comunidad.
Como afirmaba Regina Martínez, coordinadora del Observatorio de la Soledad, en un reportaje de enero de 2019 en El Periódico, “el problema requiere cambios muy profundos, y no a corto plazo, en la organización social. Estamos hablando de muchas circunstancias: del deterioro de las relaciones comunitarias, de la cultura individualista, y del menosprecio y la estigmatización de los y las mayores. Todo esto no puede solucionarse con una “política de emergencia”.
Es por ello por lo que desde el PEMB entendemos que el tratamiento de la soledad debe ser no sólo una de las cuestiones clave de la salida de la crisis en la que nos encontramos, sino un elemento fundamental para avanzar en la resiliencia y la cohesión social en nuestra metrópolis de cara el futuro, y así lo tendremos en cuenta en el proceso de elaboración del nuevo plan estratégico en el horizonte 2030.
[1] En The Lonely City, Olivia Laing hace un magnífico retrato de diferentes formas de vivir la soledad y expresarla artísticamente, de la mano de las vivencias de Edward Hopper, Andy Warhol, David Wojnarowicz y Henry Darger y con la ciudad de Nueva York como telón de fondo. Editado en castellano por Capitan Swing.
[2] Según este estudio, se considera que están en riesgo de aislamiento social las personas con una red familiar o de amistades pequeña (tamaño), lejana (proximidad emocional) o que suscita poca confianza a la hora de dar apoyo en caso de necesidad. Así mismo, se considera que se sienten solas las personas que o bien se sienten abandonadas, o echan de menos la compañía de los demás, o no tienen suficiente red a la que poder recurrir en caso de necesidad o en la que confiar plenamente.
[3] I aunque no se dispone de estudios específicos en nuestro territorio, la soledad parece ser un problema creciente entre la población adolescente. Así se desprendió de una encuesta realizada por la BBC de nuevo en Reino Unido, en la que el 40% de los y las jóvenes entre 16 y 24 años manifestaban encontrarse a menudo o muy a menudo solos/as.
[4] La organización Shareable trabajó intensamente esta cuestión en el año 2019 y publicó una recopilación de prácticas y proyectos dirigidos a combatir el aislamiento social impulsados tanto por la ciudadanía, como por diferentes tipos de organizaciones y administraciones públicas.
Las opiniones de los autores y las autoras no representan necesariamente el posicionamiento del PEMB.