Veinte años del Pacto Industrial: ¿podemos repetir la experiencia con el turismo?

Este año el Pacto Industrial de la Región Metropolitana de Barcelona celebra su vigésimo aniversario. Su génesis se encuentra en una de las 59 propuestas que planteó el II Plan Estratégico Económico y Social Barcelona 2000, aprobado en noviembre de 1994. Rápidamente, y bajo el paraguas del Plan Estratégico, administraciones, patronales, y sindicatos se pusieron manos a la obra, y durante el bienio 1995-96 se llevaron a cabo una serie de reuniones y jornadas técnicas para irlo definiendo. El proceso de gestación cristalizó el 21 de enero de 1997, con la constitución de la asociación, que le da cobijo, y de la que PEMB forma parte desde el primer día como ente colaborador. Una gran innovación de este acuerdo fue que tuvo un alcance regional, en vez de limitarse al ámbito más reducido de lo que actualmente conforma el área metropolitana de Barcelona, o incluso, la ciudad de Barcelona, adelantándose a lo que el propio Plan Estratégico haría un tiempo después.

Francesc Santacana durante la signatura del Pacto Industrial

La necesidad de un acuerdo específico para la industria estaba más que justificada. En ese momento la industria manufacturera empleaba a más de la tercera parte de la población ocupada (en aquellos momentos 2,2 millones de personas) y se estaba enfrentando a una tormenta casi perfecta. La apertura de las economías de Europa del Este, con una estructura productiva en aquellos momentos muy competitiva en cuanto a los costes laborales y con unos trabajadores altamente cualificados, empezaba a impactar fuertemente en el tejido productivo, una tendencia que luego se profundizaría con la competencia con las economías emergentes, y en especial de China. En pocos años, la economía de nuestro país pasó de recibir nuevas inversiones industriales (por ejemplo, las de las empresas de electrónica, mayoritariamente japonesas, en el Vallès Occidental) a sufrir un continuo goteo de deslocalizaciones de la actividad manufacturera. Asimismo, la generalización de las TIC y la creciente automatización de los procesos productivos implicaban también nuevos retos tanto para empresas como para trabajadores: menores necesidades de trabajadores, y una demanda de calificaciones significativamente diferente.

Durante estos veinte años de existencia, el Pacto, como popularmente lo conocemos quienes colaboramos con ellos más estrechamente, ha hecho un notable trabajo en aquellos ámbitos donde se habían detectado déficits de competitividad que podían amenazar el futuro de la industria. Uno de los más conocidos es el referido a la formación profesional, la eterna asignatura pendiente de nuestro país. El Pacto no sólo hizo un mapa de la oferta de formación profesional inicial o promocionar la FP dual, sino que realizó incluso un ejercicio de prospectiva tratando de evaluar las necesidades ocupacionales en un horizonte 2020 que permitieran ajustar la oferta formativa a estas necesidades.

Otro campo donde se ha realizado una gran labor ha sido en relación a los espacios de actividad económica, lo que popularmente conocemos como polígonos industriales, que con demasiada frecuencia han sido despreciados. Durante los primeros años, los temas de actuación prioritaria pivota sobre todo en la accesibilidad, tanto desde el punto de vista de las personas trabajadoras como de las mercancías, así como los relativos a la conectividad, y en especial de telecomunicaciones. En los últimos años, superados en parte algunos de estos problemas, el trabajo se ha centrado sobre todo en el impulso de la economía circular, tanto en cuanto a aspectos de carácter energético (transición energética) como también de reaprovechamiento de subproductos. Una temática atemporal, desgraciadamente aún no resuelta por su complejidad, ha sido el estudio de sistemas de gestión de los espacios que aseguren un correcto funcionamiento.

Después de dos décadas, el Pacto sigue teniendo plena vigencia, a pesar de que el peso actual de la industria en el conjunto de la economía sea significativamente menor en términos relativos. Existe un amplio consenso en que vuelve a ser la hora de la industria, y de que ésta debe volver a las ciudades. Es previsible pues que este proceso genere nuevas necesidades y adaptaciones, a las que sólo se les podrá dar respuesta de manera coordinada.

La experiencia del Pacto puede ser replicable en otros ámbitos de la economía que también se enfrentan a importantes retos. Yo os planteo uno de estos retos que tendría todo el sentido del mundo: el turismo. Existe un cierto consenso de que la actividad turística en la ciudad de Barcelona ha desbordado las previsiones más optimistas y que difícilmente este crecimiento puede continuar. Pero al mismo tiempo, y estos últimos meses nos lo están demostrando, se trata de una actividad que puede presentar una alta volatilidad, con los consiguientes riesgos si una ciudad se hiperespecialitza en una función concreta. Ahora que todavía estamos a tiempo, puede ser una buena oportunidad de avanzar hacia ella. Quizás más adelante, con un hipotético cambio de tendencia, será demasiado precipitado y se correrá el riesgo de hacer a toda prisa estrategias que quizás funcionen a corto plazo, pero que pueden ser muy lesivas a medio o largo plazo. ¿Nos ponemos manos a la obra?

Las opiniones de los autores y las autoras no representan necesariamente el posicionamiento del PEMB.

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