¿Un salario mínimo metropolitano de 1.100 euros?
- David Rodríguez - Secretario técnico del PEMB
- 27-03-2019
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Días atrás nos enteramos de la trágica muerte de Alan Krueger, catedrático de Economía en la Universidad de Princeton y uno de los principales expertos académicos en mercados de trabajo, en especial en el efecto de la introducción o variación del salario mínimo en la economía. Su artículo más famoso, en coautoría con David Card, fue publicado hace veinticinco años y causó gran impacto, tanto por la metodología utilizada (que se ha convertido en una referencia de metodología en las ciencias sociales), como por las repercusiones de sus conclusiones. En este estudio, los autores concluyeron que un aumento del salario mínimo no necesariamente comportaba una reducción de la ocupación, basándose en la experiencia de un incremento del salario mínimo en New Jersey y los efectos que tuvo sobre los trabajadores de la restauración rápida en ubicaciones próximas a la frontera con Pennsylvania, Estado en el que el salario mínimo no se incrementó.
Tradicionalmente, muchos economistas, y no menos numerosos policy makers, se habían guiado por un modelo económico muy simple en el que se entendía que cualquier salario por encima del salario de mercado sería ineficiente desde un punto de vista económico porque habría trabajadores que se quedarían sin trabajo al pensárselo dos veces las empresas. Ya a lo largo del tiempo esta idea había sido cuestionada por su simplismo, en tanto que es un resultado que se basa en una serie de hipótesis muy difíciles de conseguir en el mundo real. Por ejemplo, este modelo supone que no existen costes de transacción (es decir, que hacer y deshacer contratos es gratis e inmediato), que la información con la que cuentan ambas partes es completa, o que trabajadores y empresas tienen el mismo poder de negociación. Si desde un punto de vista teórico ya se había demostrado la existencia de situaciones en las que un salario mínimo no sólo no era ineficiente, sino que podía mejorar el bienestar de la sociedad en su conjunto, faltaba que una contribución práctica remachara el clavo, que es precisamente lo que hizo el trabajo de Card y Krueger.
Este luctuoso evento ha sucedido poco tiempo después de uno de los incrementos más importantes que ha experimentado el salario mínimo interprofesional (SMI) en el Estado español, que se ha situado en los 900 euros brutos mensuales, equivalentes a 12.600 euros anuales, un 22% superior al SMI del 2018. Aún no tenemos suficientes datos (y quizás no los tendremos) para ver cuál ha sido el verdadero efecto de la adopción del salario mínimo sobre el mercado de trabajo y si éste se ha absorbido sin demasiado problemas para las empresas, o bien las ha empujado a reducir el número de trabajadores.
No obstante, da la sensación de que este movimiento ha tenido un impacto muy limitado en áreas urbanas como la de Barcelona, donde, a la práctica, son muy pocos los casos en que los salarios estaban por debajo de los 900 euros brutos mensuales, pero donde, por el contrario, el coste de la vida supera largamente los 1.000 euros mensuales. Recordemos que, en un estudio realizado con datos de hace cuatro años, cuando el mercado inmobiliario estaba más serenado, se calculó que vivir en Barcelona ciudad costaba entre 1.174 y 1.674 euros dependiendo del tipo de unidad familiar. La cifra no experimentaba demasiada variación, como mucho unos cincuenta euros mensuales, en el caso de ser un municipio del resto del AMB.
Tiempo atrás se promovió una iniciativa destinada a analizar la idoneidad de un salario mínimo de ciudad, de la cual nos hicimos eco. El Consejo Económico y Social de Barcelona realizó un estudio sobre este tema, que fue presentado el verano pasado, y en el cual el PEMB participó. Entre las conclusiones, se hizo patente la necesidad de que este salario mínimo no quedara confinado únicamente a la ciudad de Barcelona y se extendiera, como mínimo, al conjunto del área metropolitana. Otra conclusión es que un salario mínimo de estas características solo puede venir de la mano de un acuerdo de concertación entre los agentes económicos y sociales, ya que la capacidad legislativa de hacerlo posible a nivel subnacional es actualmente inexistente. Es en este contexto donde el PEMB puede jugar un papel importante como promotor de acuerdos por su composición y por el ámbito territorial en el que operamos.
Es importante que este debate no acabe en el cajón de los futuribles, especialmente cuando se ha producido ya un importante avance en el SMI estatal, pero es necesario no olvidar que el coste de la vida de Barcelona, como el de toda gran aglomeración urbana, es bastante superior al de la media del Estado debido, en especial, pero no exclusivamente, al factor vivienda. Por otra parte, corremos el riesgo de que fenómenos como personas con trabajo teniendo que dormir en trasteros o en “colmenas” acaben normalizándose, porqué con los precios actuales ni tan solo les da para compartir habitación.
¿Cuál debería ser este salario metropolitano? Des de hace un tiempo ha circulado la iniciativa de fijarlo en 1.000 euros (14.000 euros anuales), y los sindicatos tienen el objetivo de que éste sea el importe mínimo que figure en todos los convenios con horizonte 2020. Quizás, y a la vista de los datos del coste de la vida y de su evolución en los últimos años, sea necesario plantearse si no deberíamos de tender más a un salario mínimo de 1.100 euros, con algunas excepciones (como el caso de aprendices).
Obviamente esta medida en solitario no reducirá de manera drástica los problemas derivados de la falta de ingresos. Es necesario también habilitar medidas que hagan efectivo que recursos básicos como la vivienda, la energía o el agua tengan igualmente unos precios que reflejen su condición de necesidades básicas y no de mercancías. Así mismo, tampoco solucionará los problemas de aquellos que no cuentan con un puesto de trabajo, o que no pueden disponer de un trabajo a tiempo completo. En este último caso, la mirada debe ir a la renta básica universal, una herramienta aún incipiente y de la que deberíamos hablar más extensamente en una futura entrada.
Las opiniones de los autores y las autoras no representan necesariamente el posicionamiento del PEMB.