¿Qué lugar ocupa la cultura en nuestra sociedad?

«La cultura es lo que nos queda cuando todo lo demás se rompe»
Eva Piquer, periodista y directora de la revista digital de cultura Catorze

Por suerte o por desgracia, la crisis sanitaria y económica derivada de la covid19 nos ha obligado a reflexionar sobre algunas cuestiones que, por diferentes motivos, se habían aparcado sine die. Este es el caso del lugar que ocupa la cultura en nuestra sociedad que –como se ha demostrado durante la pandemia– incide de forma directa en el bienestar de las personas así como en el modelo social. Todavía queda mucho por hacer pero, una vez superada la crisis, se han producido algunos hechos que apuntan a un cambio significativo.

Algunos ejemplos de este cambio son la creación, por parte del Gobierno de España, de un Ministerio (sólo) de Cultura con un secretario de Estado; la elaboración del anteproyecto de Ley de Derechos Culturales y la asignación a cultura del 1'7% del presupuesto total de la Generalitat o la celebración en la metrópoli de dos grandes eventos culturales de ámbito internacional: la Bienal de Arte Contemporáneo Manifesta15 en 2024 y el encuentro de ministros de la cultura de los estados miembros de la Unesco, MONDIACULT, que se realizará en 2025.

¿Qué lugar ocupa la cultura en nuestra sociedad?

 

Curiosamente, cuando hablamos de cultura se da cierta ambigüedad porque podemos hacerlo desde perspectivas diferentes y, tal vez, contrapuestas. Una, con un enfoque económico, vinculado al sector cultural como tal y al consumo (% del sector sobre el PIB total, importe de inversiones, número de equipamientos, índice de audiencia, etc). Otra, con una mirada social que se centra en las personas, en la comunidad y en la participación cultural que –como podemos ver en el siguiente gráfico– se sustenta en cuatro grandes ejes (acción, práctica, comunidad y gobernanza) y necesita de mecanismos que lo articulen.

Equitat en politiques culturals

Fuente: La equidad de las políticas culturales, Diputación de Barcelona

 

La dimensión humana y social es precisamente el punto de partida del anteproyecto de Ley de Derechos Culturales que concreta los derechos que se reconocen a todas las personas que viven y trabajan en Cataluña y las obligaciones de los poderes públicos y el resto de integrantes del sistema cultural de Cataluña con el fin de garantizar:

  • El derecho a la identidad cultural, como la libre elección e identificación con una o varias expresiones culturales.
  • El derecho de acceso a la cultura, que garantiza el derecho a acceder libremente y en condiciones de igualdad a la cultura.
  • El derecho a participar libremente de la vida cultural, que implica no sólo no ser discriminado sino también el derecho a participar en sistemas de gobernanza y a contribuir al diseño de políticas públicas culturales.
  • El derecho a la expresión, creación y difusión cultural, libre y sin censura.
  • El derecho a la educación y la formación artística, dentro de la educación reglada obligatoria, que permita desarrollar las habilidades creativas propias.
  • Los derechos laborales y económicos de las personas que trabajan en el sector cultural de Cataluña, con la voluntad de mejorar sus condiciones.

La importancia de garantizar la participación cultural viene de lejos porque ya estaba presente en el artículo 27 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948) y en el artículo 15 del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (1966). También es el factor en el que quiere incidir la misión de vitalidad cultural del Compromiso Metropolitano 2030 que plantea el siguiente reto, a partir del fomento de los derechos culturales: 'En 2030 la participación de la población de la región metropolitana de Barcelona en la vida cultural, en toda su diversidad, habrá aumentado un 10 %'.

Así pues, si el planteamiento es económico usaremos las herramientas propias de este ámbito (porcentajes, medias, tablas, etc.) pero si escogemos un enfoque social –que coincide como decíamos antes con el foco de la Ley de Derechos Culturales– podemos usar herramientas propias de otras disciplinas (la sociología, la antropología o la psicología) como la Pirámide de Maslow creada en 1943 por Abraham Maslow en el libro A Theory of Human Motivation.

Aunque el enfoque inicial de la pirámide es económico también se suele usar en el campo de la psicología ya que categoriza las necesidades humanas, de mayor a menor grado. Parte de la idea de que sólo se pueden atender las necesidades que están en la parte superior de la pirámide cuando ya se han satisfecho todas las que se encuentran en los estadios inferiores.

La pirámide permite hacer dos lecturas. Una individual, en la que cada persona asignará a la cultura el espacio que considera más adecuado de acuerdo con la importancia que tenga entre sus necesidades: cerca de la base o de la parte superior. Otra colectiva –que es la que nos interesa ahora– que concibe la cultura como un ser vivo, con una dinámica propia, que crece y se retroalimenta gracias a la interacción entre personas, comunidad y contexto.

La pregunta es: ¿En qué estadio de la Pirámide de Maslow situamos la cultura?

Piramide de Maslow

Fuente:  'A Theory of Human Motivation', de Abraham Maslow

 

Ahora intentamos encajar los aspectos de la cultura en los que desde diferentes ámbitos y estamentos se está trabajando con los cinco estadios de la Pirámide de Maslow, con la condición de que la clasificación es del todo discutible y sólo sirve como elemento de reflexión.

De hecho, incluso podríamos plantearnos otras opciones en la configuración de esta pirámide. ¿Las necesidades de seguridad y las sociales podríamos estar al mismo nivel? ¿Cuáles de las dos tiene más relevancia? ¿Cuáles son realmente las necesidades básicas? ¿Qué entendemos como autorrealización en el ámbito cultural?

Correlación Pirámide Maslow

 

Siguiendo con el planteamiento de la pirámide de Maslow, a nadie se le escapa que lo que más nos debe preocupar (y nos preocupa) es dar respuesta primero a las necesidades básicas y luego a las necesidades de autorrealización pero lo más importante es saber en qué punto nos encontramos.

Diría que más cerca de la base de lo que queríamos ya que todavía hay parte de las necesidades básicas que no están bien resueltas. Si no lo hacemos, no podremos alcanzar el estadio de la autorrealización que - como personas y como sociedad - nos permitiría avanzar hacia una sociedad más crítica y consciente en que se reduzcan las desigualdades sociales y territoriales y se camine hacia un modelo social más justo, equitativo y sostenible como defiende el Compromiso Metropolitano 2030.

Hasta no hace mucho, la punta de la pirámide estaba reservada a un grupo reducido de personas con alto poder adquisitivo que podía acceder fácilmente a la cultura mientras que otros no tenían acceso a ella por razones económicas, geográficas, de origen, religión, género, etc. Como sociedad, sin embargo, no nos podemos permitir este modelo falto de equidad, pero afortunadamente en las últimas décadas se ha producido un cambio de paradigma. Se ha pasado de una concepción elitista e institucionalizada de la cultura vinculada al consumo a una visión más amplia, diversa y plural, integradora, ligada a prácticas, bienes y experiencia cultural.

En este sentido, la Encuesta de Derechos Culturales de Barcelona (2022), elaborada por el Instituto de Cultura de Barcelona, apunta algunas conclusiones significativas como: el acceso a la cultura es más difícil en barrios en renta baja pero eso no implica que no tengan interés en ella; el entorno familiar condiciona la actividad cultural de las personas y el ejercicio de sus derechos culturales y la identidad de género y el origen (migratorio) evidencia la importancia en la vida cultural de las personas. También muestra que los jóvenes tienen una concepción diferente de cultura y que hay espacios de uso público (plazas, parques, playas, azoteas, etc..) que hasta ahora no se consideraban como espacios culturales pero que, de hecho, actúan como tales.

Diferentes participantes llevando elementos del ganado tradicional chino
durante la celebración del Año Nuevo Chino. Paula Jaume

Quizás ha llegado el momento de reformular el qué, cómo, cuándo, dónde y por qué de la cultura?

Mientras no lleguemos a un consenso, el objetivo parece claro: conseguir que todo el mundo tenga acceso a la cultura, como defiende el anteproyecto de Ley de Derechos Culturales (en trámite parlamentario) y anteriormente la Declaración de los Derechos Humanos de  1948 y el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (PIDESC) de 1966 pero nos preguntamos: ¿Cómo es que pasados tantos años todavía no se ha alcanzado este objetivo?

La respuesta es compleja pero lo que ahora hay que seguir trabajando en la base de la pirámide –sin olvidarnos de la importancia del resto de estadios –ya que es aquí donde se da el marco conceptual, legal, económico y estructural necesarios para que la cultura ocupe finalmente el lugar que le corresponde.

Material de referencia:

 

Consulta el resto de arículos de Lluïsa Guàrdia en el blog del PEMB

Las opiniones de los autores y las autoras no representan necesariamente el posicionamiento del PEMB.

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