¿Qué hacemos con los espacios emblemáticos de las ciudades?
- Lluïsa Guàrdia - Relaciones Institucionales del PEMB
- 30-11-2017
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Las ciudades envejecen y, con ellas, algunos de sus edificios y espacios emblemáticos quedan en desuso y corren el riesgo de desaparecer. Quizás porque han dejado de tener la función para la que se crearon, porque su estado de conservación amenaza ruina o, en el peor de los casos, son objeto de deseo de grandes inversores por simple especulación.
Hace unos meses leíamos en los periódicos que la antigua plaza de toros La Monumental, inaugurada en 1914, se convertiría finalmente en un club de ocio y cultura. Después de muchos años de tira y afloja con la familia propietaria, se ha decidido abrir este espacio a los ciudadanos. Una vez al mes dará cabida en el Monumental Club que reivindica la plaza como espacio cultural abierto a todos donde se ofrecerá música en directo, gastronomía, artesanía, talleres infantiles, etc. El 28 y 29 de octubre se hizo la primera edición y el próximo 25 de noviembre se hará otra.
Otro buen ejemplo es La Modelo que - aunque nos pese por sus evidentes connotaciones negativas - forma parte de la historia de la ciudad. Cuando paseamos por sus pasillos, celdas y patios interiores no podemos olvidar que fue una prisión durante 113 años pero tampoco que representa una pequeña (o gran) parte de nuestra historia. Aunque su clausura se ha hecho esperar más de lo que hubiéramos querido, nadie negará su significación.
¿Qué pasará cuando se acaben las visitas guiadas a finales de noviembre? En qué se convertirá? ¿Qué uso le daremos? En este sentido, el Ayuntamiento ha previsto abrir un proceso participativo que ayude a definir el futuro de La Modelo y que se basará en el plan director aprobado en 2009 que incluía una zona verde, equipamientos para el barrio y un espacio para la memoria .
Pero La Monumental o La Modelo no son los únicos espacios que han pasado por un proceso de transformación o están pendientes de hacerlo. Antes ya habíamos visto como Las Arenas se convertía en un gran centro comercial y de ocio; la Fábrica Damm o la Moritz pasaban a ser espacios lúdicos y de restauración; la antigua manufacturera Fabra y Coats en fábrica de creación; el canódromo en un parque de investigación creativa; El Centro de Arte Tecla Sala, ubicado en un antiguo molino de papel del siglo XIX del Hospitalet, en un centro cultural, el Citilab de Cornellà - en la antigua fábrica de Can Suris construida en 1897 como centro de una colonia industrial - en un laboratorio ciudadano para la innovación social y digital y la magnífica biblioteca sabadellense Vapor Badia en la antigua fábrica textil del mismo nombre. Todas las ciudades de la metrópoli, grandes y pequeñas, tienen espacios como estos. La lista sería muy larga y no la acabaríamos nunca.
El Ayuntamiento de Barcelona ya dio un paso adelante en la protección de estos espacios cuando en 2016 aprobó el Plan Especial de Protección de la Calidad Urbana que incluye el catálogo de protección patrimonial de los establecimientos emblemáticos, básicamente comercios, con 'el objetivo de disponer de una ordenación urbanística que permita mantener y potenciar el modelo de convivencia ciudadana de Barcelona, caracterizado por la relevancia del espacio público como lugar de convivencia vecinal, de identidad, de presencia ciudadana, generador de un entorno de relación que potencia los valores de cohesión, de seguridad, de solidaridad y de pertenencia '. Figuras de protección similares deberían replicar en todo el territorio metropolitano.
Ante esta situación que, por otra parte, forma parte de los lógicos procesos de transformación de las ciudades, no podemos dejar de hacernos algunas preguntas. ¿Cuáles son los criterios que se priorizan a la hora de decidir el nuevo uso de estos espacios? De quién depende? En resumen, ¿qué hacemos o qué deberíamos hacer? Sería pecar de ingenuidad obviar los legítimos intereses de sus propietarios pero hay que velar - como ya se está haciendo en muchos casos - para darles un uso social o cultural que vaya en beneficio del ciudadano. Porque, en el fondo, estos espacios son de todos porque forman parte de nuestra memoria colectiva.
Quién no ha comprado botones en la mercería Santa Ana (a semejanza de La Puntual de 'L'auca del senyor Esteve' de Rusiñol) o el lote de Navidad en la tienda de comestibles Quilez? Quién no recuerda las tardes de circo en la Monumental o las mañanas de domingo, con aperitivo incluido, el canódromo? La eliminación o radical transformación de estos espacios cambia sustancialmente la fisonomía de una ciudad. No sólo desde un punto de vista arquitectónico, ya que va más allá de las piedras con que están construidos, sino sobre todo emocional.
Conservar los edificios y espacios emblemáticos es importante por muchos motivos. Apunto algunos. Porque forman parte indisoluble de la historia de una ciudad (sea la que sea) que no se puede explicar sin hacer mención. Están estrechamente ligados a la vida de los ciudadanos ya que suelen ser espacios de uso común donde se generan multiplicidad de interacciones sociales; es decir, donde se convive. Y, en algunos casos, se han convertido en elementos de interés y atracción turística.
Así pues, su conservación garantiza la pervivencia de los referentes históricos y culturales y, sobre todo, de los recuerdos compartidos que envuelven una ciudad y la convierten en única, diferente de otros, muy nuestra. Atractiva no sólo para los turistas sino especialmente para los que viven. Vamos cuidado, no corremos el riesgo de perder tanta riqueza y quizá también nuestra identidad.
Las opiniones de los autores y las autoras no representan necesariamente el posicionamiento del PEMB.