Políticas de acción comunitaria, el presente y el futuro en la región metropolitana

Metrópoli Cohesionada

El presente texto abre la reflexión en torno a la necesidad de impulsar políticas de acción comunitaria frente al escenario actual y futuro; por un lado, por el impacto de la crisis socioeconómica efecto de la COVID-19, y por otro, por la incapacidad de los Estados, presente y futura, al fortalecer sistemas de redistribución y protección social para hacer frente a las desigualdades. Si bien en términos generales, la comunidad ha sido vivida en muchas ocasiones como un problema, o como un espacio de interlocución, contraste, o legitimación de políticas públicas (sin negar crecientes excepciones en los últimos tiempos), el momento presente, y pensando también en el futuro, necesita redefinir su relación con la administración para que sea un activo en el impulso de las respuestas a los retos de nuestra región metropolitana.
El texto menciona la necesidad de un cambio institucional y una estrategia transversal, pero también de acotar retos específicos en cada territorio, dotarlos de recursos, abordarlos de forma comunitaria, y escalar respuestas en clave región metropolitana para garantizar su cambio efectividad y viabilidad. Por otra parte, se nos remite a que este espacio de articulación y respuesta, la comunidad, ya es una realidad materializada en respuestas diversas a nuestra región metropolitana.

Políticas de acción comunitaria, el presente y el futuro en la región metropolitana

Llevábamos una década de recesión económica desde la crisis de 2008, con sus correspondientes respuestas macroeconómicas fundamentadas en fórmulas de austeridad, cabe recordar que quiebras, y llegó una nueva crisis, la de la COVID-19.

La consecuencia ha sido evidente: el incremento de la pobreza y de las desigualdades, de forma clara en el sur de Europa, y, cómo no, también en la región metropolitana de Barcelona; eso sí, con claros sesgos selectivos determinados por los procesos de segregación urbana.

Hoy, Europa no es la fábrica del mundo, y la capacidad de los Estados para recaudar fondos sobre los movimientos de capital y las inversiones deslocalizadas es muy precaria, por no decir una broma. Y un Estado como el español, o la propia ciudad de Barcelona, ha hecho girar su economía con excesiva centralidad del sector turístico. Un sector con un futuro incierto ante una nueva normalidad, con o sin vacunas, que ha dejado en paro a miles de personas de forma directa o indirecta, también en nuestra área metropolitana.

En la situación actual, con la debilidad de los Estados y el incremento de la pobreza, sin embargo, paradójicamente con el crecimiento de las grandes fortunas,parece que la respuesta de Europa ha sido diferente a la de la crisis del 2008. Esta vez sí tendremos endeudamiento público para no derribar la economía; un espejismo que nos hace pensar que todo esto será indefinido y que no tendrá consecuencias, pero las tendrá. Los Estados tendrán que pagar sus deudas, y los países más ricos presionarán a los más pobres para que lo hagan. Y exigirán, y ya lo están haciendo, reajustes en los sistemas de protección social, jubilación, mercado laboral, así como la progresiva reducción de la esfera pública en un sistema de protección social que ya es insuficiente en el sur de Europa.

¿Dónde encontrar las respuestas para afrontar estas desigualdades? ¿Cómo frenar el impacto de ese tren que va abocado al precipicio?¿Cómo salvar a quienes van dentro del tren, que son amplias capas de la población en general, y ya no sólo las clases más débiles y vulnerables?

¿Qué apuesta podemos realizar en el presente pensando en el futuro que se nos viene encima?

Necesitamos otras políticas más redistributivas, más garantistas, de unos mínimos para toda la población. Parece que ahora caminamos hacia allí, pero necesitamos también una relación diferente entre Estado y ciudadanía, entre administraciones y comunidad, porque la precariedad y la desigualdad vienen para quedarse y la necesidad de combatirlas de otras formas más efectivas es imperante. Necesitamos un Estado con conocimiento más cercano, con mayor flexibilidad y agilidad para la intervención y con mejor incidencia, muchas cosas que ahora mismo por sí solo, no tiene y no tendrá desde el paradigma en el que debemos funcionar hasta ahora.

Desde de la perspectiva que defiende este texto, la apuesta en este nuevo escenario pasa por fortalecer lo que tenemos ahora y que tendremos más adelante, para dar un papel más clave en las políticas sociales y urbanas a un actor que durante mucho tiempo ha estado vivido más como un problema que como parte de la solución, la comunidad. Necesitamos fortalecer la capacidad de organizarse y hacer por parte de la gente, apostar por la toma de conciencia respecto a los derechos, desplegar e impulsar políticas de acción comunitaria en nuestra área metropolitana para hacer frente a lo que se nos viene encima.

Sabemos que el individualismo y el consumismo están ganando la batalla aquí y en el mundo. Y la significación que le hemos dado durante mucho tiempo a los problemas sociales también ha sido individualista y culpabilizadora. Si no tienes trabajo, es porque no has estudiado lo suficiente, o no te has esforzado lo suficiente, y si no puedes pagar la hipoteca es porque has vivido por encima de tus posibilidades. Pero los problemas que tenemos hoy en día son consecuencia y efecto de un sistema económico que pone la acumulación de beneficios (para unos pocos) por delante de la dignidad humana y el bien común.

Aspirar, pues, a construir una sociedad distinta también necesitará avanzar en formas de relación y cooperación diferentes entre la gente. Pasar de la culpabilización individualizadora a la interpretación de la suma de problemas individuales como problemas sociales; problemas por los que necesitamos, hoy y como inversión de futuro, la articulación de respuestas colectivas; y esto es apostar por las políticas de acción comunitaria. No podemos seguir pensando respuestas en un escenario, y bajo un paradigma de actividad económica, que no existe ni existirá (al menos en una década como apuntan algunas voces más optimistas).El nuevo escenario necesitará repensar sobre todo la relación entre la administración y la comunidad. La partida, pues, para afrontar los retos presentes y futuros de nuestros barrios y nuestras ciudades (la de hacer frente a las desigualdades, a la precariedad laboral y económica, a la de la brecha digital, a la de la equidad en acceso a la cultura, a la de garantizar los cuidados, la de la transición energética, la de erradicar la soledad no querida de las personas mayores o la de garantizar una alimentación saludable a la población, entre otros) la habremos jugar con las cartas que tenemos aquí y ahora, las de la comunidad y servicios públicos; porque el actual espejismo de los presupuestos extraordinarios será eso, un espejismo, un camino de corto recorrido que dará paso a más mercado y mayor precarización de unas vidas que ya eran muy precarias para mucha población (desde la crisis del 2008).

La experiencia también nos dice que esta articulación y esa relación entre administración y ciudadanía no es ni será fácil, tiene y tendrá resistencias por ambas partes,pero también es cierto que ahora es ya una realidad (con experiencias más o menos consolidadas en todo el mundo y de nuestra región metropolitana).

Empecemos por el principio. Apuntamos algunas ideas y hagámonos algunas preguntas decómo avanzar desde los municipios y desde el área metropolitana para promover estas políticas de acción comunitaria.

¿Cuándo hablamos de comunidad a la que nos referimos?

Durante mucho tiempo las administraciones públicas han hablado de la comunidad como algo ajeno a sí mismas, un ente externo con el que relacionarse, un actor el cual tenía un liderazgo claro y reconocido que podía permitirles consultar, orientar o incluso, y esto también debe decirse, legitimar las políticas que las instituciones querían impulsar.En el mejor de los casos se movían bajo un pensamiento que les decía que en esa comunidad existía cohesión, identidad compartida como valor positivo, cooperación, organización y capacidad de acción. En el peor de los casos se sostenían algunas de estas atribuciones pensando o proyectando que no había nada que hacer porque este ente llamado comunidad es un problema, porque es alguien que siempre lo tendremos en contra. En ambos casos, bajo este paradigma (-con su correspondiente cultura institucional y política-), con suerte las administraciones se relacionaban con pocas personas u organizaciones (a veces unipersonales), a las que se les atribuía la voz o la representación del conjunto de la comunidad. Eran, pues, relaciones institucionales más fundamentadas en la “voz” que en la “acción”,En definitiva, con una capacidad de innovación muy limitada frente a los nuevos retos sociales, y eso necesitamos cambiarlo.

Para avanzar en un nuevo camino necesitamos concebir y construir esta idea de comunidad como algo distinto. Como un objetivo a alcanzar, como un punto de llegada diferente y no como un punto de partida, como una nueva cultura de la coproducción entre administración y ciudadanía, que proyecta todas estas aspiraciones en un espacio de interdependencia que aspiramos a que sea una referencia conocida y reconocida para todos, y que nos permita cooperar para afrontar los retos sociales de este espacio, que en ocasiones será el barrio, en otras unas calles, y en otras será quizás un conjunto de barrios o un municipio. Y en esta construcción compartida deberemos concebir queno sólo tendremos vecinos y vecinas, sino también servicios públicos, personas que hacen uso o transitan por ese territorio de forma cotidiana, agentes económicos e incluso personas e instituciones con responsabilidades sobre el mismo, con quien nos relacionaremos con la voluntad de cooperar y hacer , más que decirnos qué deben hacer unos y otros.

Necesitamos otra mirada, pues. Debemos romper con la idea errónea de ir a buscar únicamente a aquél que representa; necesitamos ir a buscar a quien hace cosas, a quien tiene proyecto, pero también a toda esa gran mayoría que no hace nada, que no participa y que ni siquiera se imagina pudiéndolo hacer.

¿En esta comunidad, en la que no participa, dónde la encontramos? ¿Cómo llegamos?

Y es aquí donde algunos municipios y administraciones ya se han formulado la pregunta y están intentando dar respuesta.Llegar a esta gente implica partir del principio de que la comunidad la tenemos dentro de nuestros servicios públicos cada vez que subimos la persiana, en nuestras escuelas, centros de salud, servicios sociales, equipamientos deportivos, casales de barrio o centros cívicos, equipamientos de proximidad, etc. Desde estos servicios y equipamientos tenemos una oportunidad única para generar dinámicas que nos ayuden a generar ese sentimiento de pertenencia compartido ya abordar estas tres intencionalidades de la acción comunitaria (dar respuesta a necesidades, empoderar a la población e incluir a los más débiles) desde las relaciones de cooperación (por las que necesitaremos generar vínculo) promover la confianza y valorar y confiar en la gente, propiciando que ocurran cosas concretas que posibiliten esto.

¿Quién trabajará con esta población con estos objetivos? ¿Desde dónde? ¿Cómo?

Y aquí es donde encontramos uno de los grandes retos, un cambio de mirada y cultura institucional que debe ir desde quien planifica las políticas a quien te atiende a pie de ventanilla o te ayuda a tramitar una ayuda. Hay elementos que tienen que ver con alcanzar cierta visión del reto, y ver al ciudadano no como un problema sino como un recurso potencial, y otros que tienen que ver con habilidades relacionales para hacer crecer y facilitar que estas personas con las que trabajamos puedan ir creciendo y terminar autoorganizándose para formar parte de la solución a su problema (sin eximir a las administraciones de sus responsabilidades).

Promover la acción comunitaria desde los servicios públicos necesita, pues, pensar cómo aprovechamos todas estas oportunidades de relación que nos posibilitan nuestros servicios públicos. Y aquí, en relación a esa estrategia, debemos empezar a poner en juego las experiencias de éxito que se están dando en el área metropolitana, aprender e intercambiar, no sólo entre instituciones, sino también entre personas y colectivos de distintos barrios y ciudades.

¿Por dónde empezamos? ¿Podemos todo?

Aunque las políticas de acción comunitaria las definimos como una respuesta transversal, viendo el escenario social hacia lo que avanzamos, de mayor precariedad y de mayores dificultades,deberíamos priorizar o hacer una apuesta pública concreta (aprovechando los recursos extraordinarios, si los tenemos, de este corto período en el que se aceptará el déficit público) para fortalecer determinadas dimensiones o hacer frente a determinados retos, los cuales no tienen por qué ser los mismos por todas partes.

Los retos que tiene y tendrá el área metropolitana son muchos (en la salud, al reducir la brecha digital, en la mejora del acceso a una alimentación saludable, en los cuidados, en la educación, en la transición energética, en la lucha contra la pobreza energética, etc.), y la forma de abordarlos comunitariamente será diversa y específica para cada situación.

Necesitamos, más allá y en paralelo al cambio de mirada y cultura institucional en todos los servicios públicos y administraciones, priorizar temas en cada territorio para articular estrategias conjuntas, entre distintos servicios, instituciones y con la comunidad. Necesitamos acotar los problemas, pero a su vez dimensionar la escala eficiente de la respuesta desde los proyectos comunitarios que queremos impulsar, y hacer esto necesitará de una mirada metropolitana.

Retos como la transición energética o los cuidados o la atención a la dependencia, por ejemplo, pueden tener un importante recorrido desde la cooperación con las redes comunitarias, como respuesta a las necesidades materiales (energéticas, de cuidados, etc.). .) pero también como respuesta a otros problemas como el del desempleo, las bajas rentas, la falta de formación o experiencia laboral en el ámbito. Lo que no tiene ningún sentido es que respuestas de este tipo busquen su territorio de acción únicamente en la escala barrio o ciudad, y es aquí donde tenemos el reto de pensar estas respuestas, las cuales necesitarán de inversión pública, desde de una escala territorial generadora de un mínimo de masa critica para hacerlas viables (desde la articulación intermunicipal y metropolitana).

El nuevo marco de relación y la nueva cultura nos debe posibilitar dar un salto en la acción, pero también en la planificación y la apuesta eficiente en la inversión pública. Debemos ser capaces de generar conocimiento institucional útil y realista, es decir, a partir de poner en diálogo el conocimiento técnico (y político) y el conocimiento ciudadano, para generar un cambio de conciencia entre ambas partes, para aprender de los demás y decidir las actuaciones desde nuestro potencial real, no sobre la base de pensar que nosotros institución, o nosotros vecinos, somos los que tenemos la razón única e inequívoca.La experiencia nos dice que lo que nos hará mejorar y crecer, es decir, ajustar mejores respuestas, será problematizar y construir desde el diálogo y el reconocimiento de ambas visiones.

La administración pública, para estas articulaciones comunitarias para retos concretos, deberá decidir también en qué pone esfuerzos. Tendrá que asumir que es responsabilidad pública construir y fortalecer la comunidad, en un contexto en el que impera el individualismo, pero en el que apostamos por el fortalecimiento de la organización ciudadana, de los usuarios de nuestros servicios como primer paso.Y esto tendrá que hacerlo de muy diferente forma en cada territorio y contexto. En unos sitios el acompañamiento para posibilitar el empoderamiento ciudadano será clave, en otros la inversión pública para saltos metodológicos o tecnológicos que posibiliten satisfacer necesidades será el valor añadido, pero lo que siempre deberá fomentar es garantizar y promover la inclusión de todos en las iniciativas comunitarias (debemos asumir que de partida no todo el mundo es capaz ni de crear un grupo de consumo, ni una cooperativa, ni un grupo de ayuda mutua para los cuidados de los niños, ... y si esto no lo tenemos presente, la diversidad de puntos de partida desde el punto de vista del empoderamiento y la autoorganización, corremos el riesgo de hacer de la acción comunitaria un proceso de elitización más que una herramienta de transformación).

Nada de lo que se está planteando en este texto es una idea inexplorada, ya tenemos experiencias de aquí y de fuera que han trabajado en esta lógica, y sabemos y necesitamos más que nunca trabajar así y plantear una estrategia metropolitana que pueda fortalecer este tipo de procesos (desde el compartir recursos, formación, visión, intercambiar experiencias, reorientar servicios de diferentes municipios desde la complicidad con otros y con esta visión comunitaria, etc.)

Iniciativas orientadas a la economía verde en territorios con clara vulnerabilidad social y con estrategia comunitaria son una realidad en barrios vulnerables de Estados Unidos, pero también son una realidad incipiente en el Baix Llobregat, o en el Barcelonès, donde desde experiencias agroecológicas se está trabajando con colectivos vulnerables en la producción y distribución de alimentos, y están poniendo en relación a colectivos más concienciados y autoorganizados con otros más vulnerables y de barrios con mayor precariedad.

Las estrategias de articulación comunitaria para detectar y evitar la soledad no querida entre los mayores y hacerla partícipe y mantenerla conectada con su entorno, han ido mucho más allá del proyecto Radares de la ciudad condal y se está desplegando en formatos diversos en otros municipios del área metropolitana. Los proyectos de base comunitaria para hacer frente a la brecha digital, son también una realidad, que se articula con participación y financiación pública en muchos de nuestros barrios, al igual que también lo son las ágiles respuestas de cuidados y soporte mutuo aparecidas raíz del confinamiento que sufrimos en nuestras ciudades con la COVID-19; o la prescripción social llevada a cabo por los centros de salud, la cual plantea el actividad comunitaria desarrollada por las entidades del barrio como un activo que puede reducir el consumo de fármacos y mejorar la salud física y mental; o las iniciativas contra la pobreza energética en barrios de nuestra área metropolitana impulsadas con la implicación vecinal desde las relaciones entre iguales y la confianza entre vecinos.

El potencial, pues, de la región metropolitana para articular e impulsar las políticas de acción comunitaria es enorme, pero para ello deberemos pensar y aprender juntos desde esta clave metropolitana, optimizando todo este conocimiento ciudadano e institucional, repensando cómo re-escalamos iniciativas, cómo creamos o fortalecemos comunidades, cómo definimos una estrategia con nuestros servidores públicos para incorporar esta nueva mirada. Sin embargo, sabemos que la acción comunitaria es una de las pocas herramientas que nos ayudarán a optimizar lo que tenemos ahora y en el futuro, y que es una realidad posible que ya es realidad en nuestra región metropolitana.

Para saber más, puedes encontrar otros documentos relacionados con la metrópoli cohesionada aquí, donde también podrás consultar el paper original entero de este artículo. 

Las opiniones de los autores y las autoras no representan necesariamente el posicionamiento del PEMB.

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