La Borda: otra modalidad de vivienda es posible
- David Rodríguez - Secretario técnico del PEMB
- 03-07-2017
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Durante las últimas semanas, la edificación de un bloque de viviendas en el barrio barcelonés de La Bordeta ha generado numerosa expectación, atrayendo incluso a personas de fuera del barrio. El motivo de este interés es el material que se ha utilizado para construirlo: la madera. Se trata de una de las obras más importantes que se ha hecho en nuestra región con este material. Hasta ahora, los proyectos que lo utilizaban habían limitado a viviendas unifamiliares, o como mucho, a edificios de dos plantas en cascos antiguos. La madera, que ha sido convenientemente tratada para que sea ignífuga, ha permitido la levantamiento de la estructura en pocas semanas, y promete, al menos sobre el papel, un mayor poder de reciclaje respecto de una construcción convencional.
A pesar de esta innovación constructiva, en lo que destaca este bloque de pisos, promovido por la cooperativa La Borda, ha sido en el concepto de vivienda plurifamiliar, que revoluciona la oferta existente en nuestro país. En primer lugar, este se construye desde una perspectiva comunitaria. De ahí que el proyecto plantea unas viviendas relativamente pequeñas en cuanto a superficie (el más pequeño hace 40 metros cuadrados y el mayor 76), pero que van acompañados de espacios comunes y comunitarios, articulados alrededor de un patio central. Con este diseño, por ejemplo, se prevé centralizar aspectos como la colada o espacios para acoger invitados o celebraciones. El régimen de tenencia no es ni el alquiler ni la compra, sino la cesión de uso por parte de la cooperativa, que es la propietaria. El usuario de la vivienda paga un canon mensual, estipulado por la cooperativa (de la que forma parte como socio), y tiene el derecho a vivir indefinidamente, pero no tiene derecho a transferir el derecho de uso a terceros, ni a subrogar a familiares.
La covivienda ha venido, o debería haber venido, para quedarse como una forma más de hacer viviendas. Sorprende que, en una metrópoli tan diversa como la nuestra, las viviendas se hagan siguiendo un único patrón, el cual prácticamente no ha experimentado cambios desde hace más de medio siglo, a pesar de los cambios en los hogares. ¿Qué sentido tiene, por ejemplo, hacer un gran comedor cuando el tamaño medio de los hogares cada vez es más pequeño, y cuando cada vez menos se hacen comidas en casa? O ¿qué sentido tiene que dedicar espacio para una lavadora que muchos hogares unipersonales apenas usan una vez por semana?
Además, las soluciones de covivienda permiten hacer frente a dos importantes problemas que tenemos en las ciudades: las dificultades de acceso a la vivienda, y el envejecimiento de la población. En el primer caso, se eliminan las barreras de entrada que supone la compra de vivienda o las incertidumbres que puede generar tener que renegociar el alquiler cada 3 o 5 años. Asimismo, el sistema es lo suficientemente flexible como para poder adaptar la vivienda según las necesidades vitales. El sistema de covivienda también permite a las personas mayores seguir utilizando las viviendas con plenas garantías, sin el riesgo de aislamiento que a menudo encontramos en las viviendas plurifamiliares convencionales. Ha sido precisamente entre la gente mayor donde esquemas de este tipo han encontrado hasta ahora una mayor recepción. De hecho, esta dimensión comunitaria de la covivienda no es precisamente anecdótica: puede ser un gran mecanismo de generación de capital social, y de rebote, de mejora de la calidad de vida, empezando por la salud.
Ahora bien, también hay que ser conscientes de las limitaciones de un modelo de estas características. En primer lugar, y como problema común a todas las iniciativas de tipo cooperativo, tenemos las dificultades de financiación. En el caso de La Borda, estas se han salvado mediante la emisión de títulos participativos (865.000 euros), que fueron cubiertos rápidamente. Pero tampoco hay que olvidar que quizá esta buena receptividad se debió a la novedad del proyecto, y también a un escenario de tipos de interés bajos (por no decir nulos) con respecto a las alternativas clásicas de ahorro. La pregunta es si este escenario de facilidad de obtención de recursos es escalable. También ayudó bastante el hecho de que el suelo haya sido obtenido a coste cero, a cambio de una cesión por 75 años. ¿Sería viable un proyecto de estas características si el suelo fuera a precios de mercado?
Y esta pregunta nos lleva a una reflexión final: si queremos tener ciudades diversas e integradas, nuestros barrios deberían serlo, así como los edificios de viviendas. Actualmente, esto no es posible por un problema administrativo: de acuerdo con la normativa, los residentes en una promoción de estas características no pueden superar un determinado umbral de ingresos. Aunque esta es bastante amplia, deja fuera a un segmento de población. Asimismo, las barreras de entrada, aunque inferiores a la que existirían en una vivienda de compra, pueden ser todavía insalvables para numerosos hogares con escasos recursos.
La covivienda, por tanto, podría acabar generando los mismos problemas que se han detectado con numerosas iniciativas de innovación social en el territorio: generan grandes beneficios sociales, pero los beneficiarios de estos normalmente no son los colectivos que más lo necesitan. ¿Seremos capaces de encontrar mecanismos que permitan una mayor inclusión social y que a la vez garanticen la sostenibilidad económica de estos proyectos y que no generen tensiones entre los participantes?
Las opiniones de los autores y las autoras no representan necesariamente el posicionamiento del PEMB.