Espacios de coworking: de modelo alternativo a big business

¿Trabajas o coworkeas? Se trata de una pregunta recurrente hoy en día en los ambientes urbanos teniendo en cuenta la dimensión que está adquiriendo la práctica del trabajo en espacios compartidos en nuestras ciudades, y la consiguiente proliferación de edificios y locales que se dedican a ello.

Espacios de coworking: de modelo alternativo a big business

Se considera que el fenómeno coworking comenzó a mediados de los años 90 de la mano de experiencias próximas al underground como C-base en Berlín o Metalab en Viena. Es, de todos modos, la confluencia de la crisis de las subprime -que afectó también de manera significativa al mercado de las oficinas-, con el auge del trabajo colaborativo y de la gig economy y con la revolución de las comunicaciones y la conectividad, lo que hizo que el fenómeno se disparara y consolidara como una de las principales tendencias en las economías urbanas: si en 2007 se contabilizaban 75 espacios de estas características en el mundo, se prevé acabar 2019 con cerca de 19.000 y alrededor de 2 millones de usuarios/as. En España, se ha pasado de los 100.000m2de 2012 a los más de 650.000m2 previstos para 2018 en cerca de 1.600 espacios. Barcelona representa más del 25% del total, liderando el mercado español con 370 espacios (2017), que ofrecen un total de 154.000m2 y unos 8.500 puestos de trabajo.

En este recorrido, los espacios de coworking se encuentran en permanente evolución, tanto en lo que se refiere al modelo de negocio, como a los públicos objetivo o las ubicaciones. En la Coworking Spain Conference, celebrada recientemente en Madrid, se expusieron las tendencias principales del sector.

Una primera tendencia es su plena integración en el negocio inmobiliario de las oficinas. La emergencia del gigante norteamericano WeWork ya supuso en su momento un toque de atención para las grandes empresas inmobiliarias globales, y se empiezan a desarrollar nuevos conceptos alrededor de lo que tradicionalmente habían sido los espacios de coworking con el objetivo de hacerlos atractivos también para todo tipo de empresa, incluyendo las multinacionales. Nace así el concepto Space as a Service (SAAS: el espacio como servicio), destinado a satisfacer continuamente las necesidades cambiantes de las empresas de la economía del siglo XXI con relación al espacio que ocupan y a incorporar a aquello que antes eran estrictamente oficinas otros servicios (como ocio, descanso, cocina, etc.) pensando en facilitar la máxima permanencia del trabajador/a en su puesto de trabajo.

Esta tendencia ya ha llegado a Barcelona de la mano del propio WeWork, que ha inaugurado recientemente su primer espacio en el 22@ y prepara ya el segundo en el mismo distrito de innovación. Otro grande operador, Utopic_us, se ha aliado con Colonial para extender su red de espacios en Madrid hacia Barcelona y ya ha inaugurado dos de los cuatro espacios que tiene previstos en nuestra ciudad. Y no son los únicos; se espera un goteo constante de inauguraciones en los próximos meses, siendo los alrededores de Plaza Cataluña, Gracia y Poblenou, las zonas más atractivas -y gentrificadas- de la ciudad, los emplazamientos favoritos. La extensión al entorno metropolitano es aún incipiente.

Otra tendencia que se observa recientemente es la progresiva substitución de los usuarios tradicionales de los espacios de coworking (y nótese que es la segunda vez que hablo de “tradiciones” en un fenómeno que en realidad no tiene más de 10 años de vida), trabajadores por cuenta propia -locales o extranjeros afincados en la ciudad-, por dos tipos de usuarios, que en algunas ocasiones incluso confluyen.

Los llamados “nómadas digitales” son una de las tipologías; personas jóvenes que se desplazan de ciudad en ciudad trabajando como freelance o buscando trabajos temporales que les permitan vivir unos meses en la destinación del mundo que hayan escogido antes de partir hacia la siguiente. Pero el estallido de este “precariado voluntario itinerante” puede suponer una nueva amenaza para el mercado de la vivienda en ciudades como la nuestra. El motivo, la aparición del concepto “coliving”, que vendría a ser una combinación de espacio de coworking y piso compartido; una modalidad de alojamiento que escaparía de la consideración de “turístico” (y, por lo tanto, de sus regulaciones) y restaría más espacio residencial, en especial en zonas ya suficientemente desertificadas de vecinos y vecinas.

Los otros nuevos usuarios, ya anticipados más arriba, son las grandes empresas, en particular las de la economía digital, aunque no únicamente. Compañías enteras o algunas de sus divisiones se están desplazando de manera continua a espacios de coworking. Airbnb sería el ejemplo paradigmático: su sede en Barcelona ocupa la totalidad de uno de los locales de la firma Cloud Coworking ni más ni menos que en pleno corazón del barrio de Sant Antoni. En este sentido, los porcentajes de ocupación de los espacios de coworking por parte de freelance y empresas medianas y grandes se han dado la vuelta completamente. Hay que tener en cuenta, para cerrar el círculo, que entre las personas que ocupan los lugares de trabajo de las empresas digitales se encuentran cada vez más los nómadas digitales.

Para acabar, es necesario destacar que en nuestra ciudad se han puesto en marcha algunas experiencias de espacio de coworking con características diferenciales. Este sería el caso de Sinèrgics, una iniciativa de coworking con retorno social impulsada por el Distrito de Sant Andreu en el barrio Baró de Viver, en el que las empresas o profesionales que se instaladas pagan su estancia realizando servicios para la comunidad de su entorno.

En definitiva, nos encontramos delante de un fenómeno que adquiere cada vez mayores dimensiones y unas características que aconsejarían adoptar algún tipo de política específica para evitar tanto su deriva hacia una nueva burbuja inmobiliaria como su efecto gentrificador, así como una eventual cronificación de situaciones laborales precarias en la relación entre empresas y freelance. O para, contrariamente, potenciarlos como instrumentos para la dinamización de los barrios y las comunidades donde se ubican. El tratamiento de este tipo de espacios en el nuevo planeamiento urbanístico metropolitano y un mayor vínculo con los servicios de promoción económica y ocupación para anticipar los cambios que se están produciendo en una parte importante del mercado de trabajo, formarían parte de estas políticas. 

Las opiniones de los autores y las autoras no representan necesariamente el posicionamiento del PEMB.

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