¿Cómo transformar el territorio metropolitano para que sea más resiliente?

Metrópoli Resiliente

Cada vez habrá más gente que dependerá de sistemas urbanos resilientes para protegerse de riesgos naturales y antrópicos. La globalización, la complejidad entre relaciones de causalidad que se establece entre riesgos y la necesaria gestión de la incertidumbre cuando queremos aplicar la resiliencia de forma proactiva -anticiparnos en lugar de responder-, son aspectos que también hay que tener en cuenta hora de planificar y adaptar áreas urbanas que integren la reducción de riesgos y vulnerabilidades en sus procesos de desarrollo y transformación, así como en la operativa de sus infraestructuras y sistemas para garantizar la continuidad de servicio y la protección y calidad de vida de los habitantes. Un entorno urbano más verde, más cercano, más autosuficiente, más sostenible y flexible son aspiraciones que deben formar parte de la visión y la reflexión por la transformación del territorio metropolitano. El valor de resiliencia que aportará la consecución de estos rasgos, posicionará mejor la metrópoli del futuro para afrontar los retos y posibles amenazas que puedan acontecer.

¿Cómo transformar el territorio metropolitano para que sea más resiliente?

Se plantean algunos elementos para contribuir a la reflexión y el debate por la construcción de una metrópoli resiliente con visión 2030, que debería convertirse en:

Más verde

Tratar el verde como un sistema urbano que es necesario incorporar y hacer convivir con el resto de sistemas que proveen servicios a la población y dotarlo de carácter de infraestructura básica se convierte en un aspecto clave en la reflexión metropolitana. Dotarlo de visión sistémica en su planteamiento y abordar su despliegue de forma estructurada, considerando los diversos servicios que las diferentes escalas del verde – desde medios naturales o naturalizados de grandes dimensiones, hasta el verde de espacios públicos de pequeña escala - proveen.

Desde el punto de vista de mitigación de riesgos, es necesario tener presente la contribución de la infraestructura verde a minimizar una multiplicidad de factores de vulnerabilidad que afectan a la mayoría de nuestras ciudades, entre otros; impacto sobre la salud del calor o de la contaminación tanto acústica como atmosférica, la protección que puede ofrecer frente a fenómenos meteorológicos extremos, como lluvias torrenciales, o para evitar riesgos de inundaciones y/o daños sobre el entorno construido, cuando se utiliza como espacio de reserva.

A pesar de buena parte del territorio del ámbito metropolitano está muy consolidado - y precisamente para evitar que esta tendencia acabe extendiéndose a áreas de oportunidad donde todavía no lo esté -, identificar espacios de reserva natural o naturalizables, y establecer mecanismos para la su protección y potenciación, a la vez que emplear esfuerzos para introducir progresivamente más infraestructura verde en operaciones de transformación urbana, son cuestiones que deben tenerse muy presentes.

Más cercana

Abordar el concepto de ciudad de 15' a escala metropolitana, diluyendo los límites administrativos –a pesar de la implementación y gestión de los servicios que la conformen no pueden obviarse- es otra consideración que debe formar parte de la reflexión estratégica metropolitana. No es un planteamiento nuevo, el Plan Cerdà ya establecía para la futura Barcelona unos ratios de proximidad a servicios en función de la frecuencia e intensidad de uso que se estimaba necesaria. Se trata pues de actualizar el modelo en función de las necesidades actuales y emergentes, y dar el salto de escala que el contexto y realidad social y territorial metropolitanos piden en relación a la dotación de infraestructuras y servicios. La provisión de cuidados, por ejemplo, que se han revelado como una demanda crucial durante la pandemia -y lo es también por la tendencia demográfica al envejecimiento de la población- es una necesidad creciente a tener en cuenta a la hora de conformar la metrópoli del futuro.

Si entendemos, además, la ciudad, la metrópoli en este caso, como una proveedora de servicios, y teniendo en consideración las infraestructuras que los soportan y nos dan acceso, otro aspecto a considerar cuando introduzcamos la resiliencia y la gestión de los riesgos en la ecuación, es la afectación que muchos de estos servicios pueden sufrir en caso de eventos disruptivos, ya sean fallidas en infraestructuras, fenómenos naturales extremos, etc. Esta disrupción puede presentarse como una alteración de los mecanismos de demanda y oferta del propio servicio. La entidad y el impacto de estos desajustes varía en función de los mecanismos de provisión de cada servicio y de su capacidad de ajustar la oferta a variaciones abruptas en la demanda que – en el contexto de la pandemia por ejemplo – podían ser debidas a factores externos, como las limitaciones de movilidad y actividad económica consecuencia de las medidas impuestas para evitar la transmisión de la COVID-19, oa características intrínsecas del servicio, como su adaptabilidad y flexibilidad o su capacidad de ampliar o diversificar los recursos de los que dispone o su cobertura. Será necesario, además, integrar conceptos como la redundancia y la flexibilidad, en la definición y dimensionamiento de los diferentes servicios.

Más autosuficiente

La crisis provocada por la pandemia enfatiza la oportunidad y la necesidad de la promoción de una economía más sostenible y resiliente a las externalidades negativas generadas por los episodios críticos. También la crisis climática interpela hacia una transición del modelo económico y energético global. Conjugar esta doble necesidad y transformarla en una oportunidad por la progresiva transformación de la actividad económica metropolitana y el desarrollo de sectores vinculados a la economía verde, es también un aspecto que condicionará en gran medida un desarrollo sostenible a nivel metropolitano.

El camino hacia la autosuficiencia pasa también evidentemente por extender la generación de energías renovables y el uso de recursos hídricos alternativos -el freático, pero también explotar el potencial de las aguas regeneradas- que, desde el punto de vista de la resiliencia , contribuyen, además, a aumentar la garantía de abastecimiento -en la medida en que reducen la dependencia a una única fuente y mejoran la redundancia-, a la vez que racionalizan su consumo. Según los estudios llevados a cabo por la redacción del Plan Clima de Barcelona1: Se prevé una ligera disminución de los recursos hídricos, una mayor variabilidad en su disponibilidad y un aumento de la demanda. Concretamente, ¿en el horizonte 2050 se prevé una reducción? del 12% de los recursos superficiales y del 9% de los recursos subterráneos, y un incremento de la demanda para los distintos usos de un 4%. Por tanto, habrá una necesidad de recurso adicional de agua potable general para el área metropolitana de Barcelona de 34 hm3/año.

También la suficiencia alimentaria y la capacidad de producción agropecuaria, aunque probablemente sea una cuestión que hay que abordar a una escala que excede los límites del territorio metropolitano, es otra de las reflexiones que es necesario incorporar la revisión metropolitana.

Más sostenible

La transición hacia un modelo energético más eficiente, que promueva la generación de energías renovables locales, y que contribuya a la consecución de los objetivos de mitigación de emisiones comprometidos, es también un aspecto primordial en la transformación metropolitana. La movilidad metropolitana es también una cuestión estructural y resulta crucial para el futuro de la metrópoli. El impulso de una movilidad sostenible, segura y multimodal que resuelva la conectividad y comunique el territorio se plantea como un reto que condicionará y del que dependerá, en buena medida, el éxito del modelo. El planteamiento de una buena red de transporte público a escala metropolitana que actúe como elemento vertebrador del sistema, es uno de los principales retos a resolver y que mayor nivel de compromiso y colaboración política e interinstitucional requerirá. Pero existen también medidas tangenciales a la movilidad que la condicionan fuertemente y que la coyuntura pandémica ha contribuido a acelerar, revelándolas como oportunidad. En este sentido, la implantación del teletrabajo, que puede contribuir a descongestionar y reducir la movilidad obligada, se convertirá seguramente en un elemento a favor sobre el que apoyar la transformación.

Más flexible

El nivel de incertidumbre que comporta la gestión de riesgos obliga a incorporar características como la adaptación y flexibilidad en los sistemas urbanos. Hay que asumir que el riesgo 0 no existe, por un lado porque no podemos prever con exactitud cuál será la siguiente amenaza a la que nos veremos expuestos, y por otro porque aunque sí podamos conocer y hacer prospectiva sobre aquellos riesgos a los que somos más propensos, eliminarlos completamente conllevaría a menudo una inversión inasumible. Es necesario, por tanto, trabajar para mejorar la flexibilidad, la capacidad de adaptación y la agilidad en la respuesta e incorporar la multifuncionalidad en el diseño de los equipamientos, infraestructuras y prestaciones de servicios metropolitanos. Los de los cinco hospitales polivalentes que se han creado a raíz de la pandemia, que permiten modular su uso en función de la situación de estrés hospitalario y mejorar la capacidad de asistencia ordinaria, así como dedicar instalaciones a investigación, usos asistenciales o de investigación, son un buen ejemplo de este tipo de infraestructuras. También el proyecto de la Big U, que rediseña la franja costera de Manhattan a consecuencia del huracán Sandy, repensa el planteamiento las infraestructuras defensivas, integrando conceptos como la reversibilidad de usos y la multifuncionalidad, que permitan utilizar estos espacios también en ' tiempo de paz', aportando cobeneficios y rentabilizando la inversión.

Por último, no hay que perder de vista que una ciudad resiliente, debe serlo desde un punto de vista integral, es decir, teniendo en cuenta una multiplicidad de factores de riesgo. El ejemplo de la pandemia está también claro en este sentido, no podemos concebir una recuperación que no tenga en cuenta, o incluso vaya en contra de objetivos de mitigación de la emergencia climática, por ejemplo.

Un entorno urbano más verde, más cercano, más autosuficiente, más sostenible y flexible son aspiraciones que deben formar parte de la visión y la reflexión por la transformación del territorio metropolitano. El valor de resiliencia que aportará la consecución de estos rasgos, posicionará mejor la metrópoli del futuro para afrontar los retos y posibles amenazas que puedan acontecer.

Para saber más, puedes encontrar otros documentos relacionados con la metrópoli resiliente aquí, donde también podrás consultar el paper original entero de este artículo. 

Las opiniones de los autores y las autoras no representan necesariamente el posicionamiento del PEMB.

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