La ciudad-sede, o la búsqueda del Santo Grial
- David Rodríguez - Secretario técnico del PEMB
- 12-01-2018
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Este otoño, tan intenso en muchos aspectos, ha traído una mala noticia a las eternas aspiraciones de Barcelona de ser una ciudad-sede. Por segundo año (el primero fue el año 1993) Barcelona ha perdido la oportunidad de hospedar la Agencia Europea del Medicamento, un proyecto en el que se habían depositado muchas esperanzas por el previsible impacto económico que suponía (pero que solo se ha difundido de manera informal e incompleta). Este jarro de agua fría ha coincidido en el tiempo con un proceso de cambio de sedes sociales de algunas empresas de gran importancia de nuestra metrópoli, un proceso que, a estas alturas, todavía hay que ver si es temporal o si deviene definitivo y comporta consecuencias colaterales como puede ser el desplazamiento de las sedes operativas.
Este hecho vuelve a poner sobre la mesa una de las debilidades estructurales de Barcelona como metrópoli: la falta de sedes de grandes empresas o instituciones. Se trata de una preocupación endémica de los principales líderes de la sociedad civil de la ciudad y que explica en buena parte la creación el año 2011 de la plataforma Barcelona Global, una iniciativa que por cierto nació en la Comisión de Prospectiva del Plan Estratégico.
De hecho, la ambición por captar nuevas sedes empresariales o de organismos, tanto nacionales como internacionales, ha sido un objetivo constante que se ha ido reflejando en los sucesivos planes estratégicos. El I Plan Estratégico, aprobado en 1990, ya mencionaba la atracción de sedes empresariales y organismos como uno de los subobjetivos. La preocupación no era gratuita. En un contexto de cambio de escala derivado de la globalización, combinado con el proceso de terciarización, comportaba la rotura de un equilibrio que había existido de manera tradicional. Se veía la atracción de las sedes como condición necesaria para que Barcelona se convirtiera en una de las ciudades candidatas a ser ciudad global o, como mínimo, que no perdiera en tren de las grandes metrópolis.
Desgraciadamente, durante estas tres décadas, éste ha sido un combate con un saldo poco favorable. Los diferentes estudios que se han ido haciendo, alguno de ellos patrocinados por el propio PEMB, muestran que Barcelona está por debajo de su potencial como ciudad-sede, un hecho que no solo no se ha mitigado, sino que incluso ha aumentado, como se ponía de manifiesto en un reciente informe. Y esta situación se ha dado a pesar de los importantes esfuerzos de todo tipo que se han llevado a cabo: desde la presentación de candidaturas para optar a ser sede de agencias europeas (la del Medicamento, antes citada, pero también la de la Alimentación, que finalmente se instaló en Parma) hasta el diseño de un barrio (el 22@) que ofreciera la infraestructura necesaria para hospedarlas, pasando por la batalla de conseguir una mejor conectividad aérea, especialmente a lo que se refiere a las rutas transoceánicas.
Llegados a este punto, la siguiente pregunta que hay que hacerse es si es plausible continuar perseverando en el intento, y si las tácticas utilizadas han sido las más efectivas. Comenzamos por este último punto. Ciertamente se ha hecho mucho trabajo para ofrecer un entorno adecuado para la instalación de sedes empresariales, tanto desde el punto de vista de la infraestructura física como también de los intangibles. Ahora bien, hay un aspecto en el que la ciudad difícilmente puede competir y es en las ventajas fiscales, debido al reducido margen de maniobra del que competencialmente se dispone, tanto a nivel local como autonómico. De todas formas, también es necesario preguntarse si, como Oriol Estela planteaba hace unas semanas, es saludable entrar en competiciones por hospedar sedes empresariales que pueden acabar teniendo efectos más negativos que positivos para el conjunto de la metrópoli.
Probablemente la estrategia a largo plazo pase entonces por dos frentes alternativos, no incompatibles entre ellos. El primero es consolidar el eje de ciudad-innovación, apuntando a los estudios de Vives y Torrens citados anteriormente. La metrópoli hizo, durante estas últimas décadas, un importante salto cualitativo consolidando un interesante ecosistema de centros de investigación, universidades y escuelas de negocio de primer nivel. Nos corresponde mantener esta ventaja competitiva, a la vez que apuntalar nuevos ecosistemas (por ejemplo, en el campo del diseño y las artes). El segundo, pasa por hacer crecer el ecosistema innovador que se está generando alrededor de los negocios digitales, donde ya estamos en condiciones de jugar en la primera división europea.
Las dos estrategias anteriormente descritas no están exentas de algunos de los problemas que hemos citado anteriormente, y en especial del derivado de la práctica falta de competencias fiscales a nivel local/metropolitano, pero muy probablemente el margen de maniobra del que disponemos es más amplio que en el de captación de sedes corporativas. En ambos casos, el elemento diferencial no es disponer de organizaciones grandes o muy grandes, sino la existencia de elementos dinamizadores del ecosistema (como puede ser el caso del Mobile World Congress o de otras ferias sectoriales), así como de empresas, organizaciones o grupos de investigación con alto potencial de crecimiento en sectores emergentes. La consolidación se esas, por cierto, ha sido una prioridad estratégica en los sucesivos planes estratégicos, y probablemente también figure en el próximo plan, aunque quizás en sectores o ámbitos bastante diferentes a los que se contemplaban en el pasado.
Las opiniones de los autores y las autoras no representan necesariamente el posicionamiento del PEMB.