Trabajo en red, cultura en marcha

En el pasado, las principales expresiones culturales como la literatura, la música, el teatro o el arte eran compartimentos estanco y estaban destinadas a no coincidir en el tiempo ni en el espacio. Con esta manera de hacer se perdía el gran potencial que ofrece la creación de sinergias. Hoy, por suerte, esta manera de entender la cultura se ha desvanecido y ha dado paso a una nueva concepción.

Centros cívicos y bibliotecas

Son diversos los factores que han contribuido a ello pero podríamos destacar algunos como la globalización que afecta a todos los ámbitos de nuestra vida, el uso de las nuevas tecnologías que rompe fronteras y un público cada vez más exigente. Como decía en una entrevista el recién nombrado catalán del año Josep M. Pou: 'El público pide cosas más interesantes de las que a veces le ofrecemos'.

El cambio más significativo, sin embargo, es que ahora consideramos que la cultura es cosa de todos. No sólo de aquellos que la producen sino también de los que la consumimos; en una dinámica de cocreación constante. Ha quedado atrás la época en la que el espectador se limitaba a observar lo que se le ofrecía sin atreverse a dar su parecer. La cultura es susceptible de incorporar la visión y opinión de sus destinatarios. De hecho, es un ser vivo que se impregna de todo lo que ocurre a su alrededor, retroalimentándose.

La respuesta del director del TNC, Xavier Albertí, en la presentación de la temporada 2018/19 a la pregunta de un periodista: '¿Por qué no hay ninguna obra que hable del contexto político actual?' lo dejaba claro: ' todas las propuestas escénicas, a su manera hablan de ello '. Y así es. Podemos hacer una lectura contemporánea incluso de un clásico como 'El Perro del Hortelano' de Lope de Vega.

Todos estamos invitados, pues, a aportar nuestro granito de arena. No sólo importantes infraestructuras como el TNC o el Grec, premios literarios como el de las Letras Catalanas, espacios de exposición como el CCCB o el CaixaForum o festivales musicales como el Primavera Sound sino sobretodo aquellos que por su propia naturaleza están más cerca de la ciudadanía.

A esta categoría pertenecen la red de bibliotecas de la Diputación que, con 225 bibliotecas y 10 bibliobuses, 'garantizan el acceso de toda la ciudadanía a la información, el conocimiento y la cultura'. Y también los 52 centros cívicos que dependen del ICUB y 'trabajan en red para que las propuestas culturales lleguen a toda la ciudad'. En ambos casos - como dice su propia definición - el concepto de trabajo en red forma parte de su ADN.

No hace muchos días, Quim Monzó - galardonado con el 50 premio de honor de las Letras Catalanas - hacía referencia en su discurso a un emblemático referente cultural, el bibliobús, que para muchas personas fue la semilla de una gran avidez lectora. De este modo ejemplificaba como la voluntad de las bibliotecas de acercarse a la ciudadanía ha existido desde los inicios.

La amplia y diversa oferta de bibliotecas y centros cívicos contribuye no sólo a poner la cultura al alcance de todos - eliminando condicionantes económicos o culturales - sino también a favorecer la cohesión social en los barrios en los que se ubican, gracias a su capacidad integradora. Asimismo, crean un consistente tejido cultural que favorece el sentido de pertenencia a un mismo territorio: el barrio, la ciudad y la metrópolis. Su función es, como mínimo, triple.

Así pues, la intervención de bibliotecas y centros cívicos es básica en el panorama cultural de nuestra metrópolis y dan fe de la firme voluntad de garantizar el acceso universal a la cultura que sólo se consigue con el trabajo conjunto desde diferentes ámbitos y con perspectivas incluso divergentes.

Si damos un paso más, podríamos preguntarnos si cuando en el artículo 25 de la Declaración Universal de Derechos Humanos o en el artículo 11 del acto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de 1966 que defienden el derecho de toda persona a un nivel de vida que garantice, tanto a ella como a su familia, la salud y el bienestar, no deberíamos plantearnos que la cultura forma parte de este bienestar imprescindible para los seres humanos. ¿Podemos hablar de bienestar sin incluir la cultura, que nutre nuestro pensamiento? ¿Y nuestra alma? Pues, tal vez también.

Hoy ya no nos sorprende que se representen obras de teatro en los centros cívicos, que la red de bibliotecas dedique un club de lectura a “leer el teatro”, los teatros en red que pasean las obras en todo el territorio descentralizando la cultura o los maridajes culturales del TresC. Sin olvidarnos de los obradores de dramaturgia, como la Sala Beckett, que complementa su programación teatral, con cursos y charlas. Las combinatorias son tantas que no terminaríamos nunca.

Hemos pasado de los compartimentos estanco a la Ley de los vasos comunicantes de Galileo según la cual 'cuando se ponen en comunicación dos depósitos que contienen un mismo líquido que inicialmente está a diferente altura, el nivel de uno de los depósitos baja, sube el del otro hasta que ambos se igualan '. De acuerdo con este principio científico, el depósito a llenar con cultura llegará al nivel óptimo, sea cual sea su fuente de procedencia.

Huelga decir que este complejo puzle cultural debe sustentarse en un sistema educativo que responda a las necesidades formativas y sociales, una FP adaptada al mercado laboral, universidades de prestigio internacional capaces de atraer talento y centros de formación continua que garanticen la actualización de conocimientos a lo largo de la vida laboral. Sin dejar de lado la educación expandida, entendida como la formación-aprendizaje que se da en entornos no formales como centros cívicos y bibliotecas.

Resulta difícil no estar de acuerdo con lo que dice el Plan de Trabajo 2015-2019 de la red de centros cívicos de Barcelona: 'Hay que contemplar la cultura desde su vertiente emancipadora, fundamental para el crecimiento personal y de fomento del espíritu crítico y del conocimiento. Por su capacidad de promover el desarrollo comunitario y la transformación social '.

De lo dicho hasta ahora se desprenden algunas ideas que se pueden ampliar en próximos posts. Destaco algunas. Las ciudades y metrópolis con sólidas políticas culturales que incluyen todos los agentes (grandes y pequeños), que fomentan la multidisciplinariedad y el trabajo en red, que experimentan con fórmulas híbridas y que - como es obvio - invierten recursos económicos, tienen una ciudadanía con una mente abierta y una mayor capacidad crítica que le permite planificar con conciencia un futuro en común.

 

 

Las opiniones de los autores y las autoras no representan necesariamente el posicionamiento del PEMB.

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