La crisis de la covid-19 y sus efectos económicos a corto y largo plazo
- David Rodríguez - Secretario técnico del PEMB
- 19-03-2020
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Octubre de 1973. La Guerra del Yom Kippur, que aparentemente podía haber sido un conflicto regional más, y el embargo que algunos países de la OPEP impusieron en represalia a algunos países por su apoyo a Israel, hicieron que en poco tiempo los precios del petróleo se multiplicaran por cuatro. En un mundo industrializado donde éste representaba entre la mitad y tres cuartas partes de la energía, esta decisión tuvo un impacto dramático. La cara más visible fueron las largas colas en gasolineras en muchos países, pero el impacto económico fue dramático, abocando a muchos países a la peor recesión desde los años treinta. Comenzaba así una larga década de crisis en los países industrializados y se certificaba el final de casi tres décadas de lo que se llamó la “etapa de oro” de las economías desarrolladas. En nuestra casa, éste fue, también, el punto final de un fuerte proceso de crecimiento económico, pero también demográfico (no se volvería a ganar población de manera significativa hasta pasado el año 2000), y el disparo de salida de la conversión de una metrópolis eminentemente industrial a una enfocada a los servicios.
Probablemente, la rápida expansión del COVID-19 y, sobre todo, las drásticas medidas de contención generarán por sus efectos globales una situación similar a la que tuvo el shok de 1073, de la misma manera que el colapso financiero de 2008 sólo es comparable al crack de 1929. En cuestión de pocas semanas, e incluso pocos días, la actividad cotidiana ha sufrido una disrupción a la altura de la experimentada en un conflicto bélico. Aunque, a diferencia de estos, no ha habido destrucción de la capacidad productiva ni una pérdida muy elevada (de momento) de vidas humanas entre la población en edad de trabajar. Aprendiendo de la experiencia de anteriores episodios de gripes, comenzando por el SARS, pero sobre todo con la llamada “gripe española”, se ha optado por medidas muy contundentes, basadas en confinamientos masivos, para garantizar el “social distancing”. La consecuencia más inmediata ha sido el paro de la actividad cotidiana y, en el mejor de los casos, su virtualización.
Quizás aún es prematuro hablar con detalle del impacto económico que puede tener una situación de estas características, en la que debe detenerse por unas semanas la actividad en numerosos sectores económicos y en donde no es descartable que las restricciones se generalicen. Incluso en aquellas actividades económicas en las que el trabajo a distancia es una posibilidad, el hecho de que éste haya sido testimonial hasta fecha de hoy (según el Eurostat, únicamente un 2,4% de los asalariados del Estado español teletrabajan de manera regular), hacen que esta implementación forzada no sea el escenario óptimo.
A corto plazo, es evidente que la factura de la crisis puede ser muy importante, especialmente si el periodo de emergencia se prolonga más allá de Semana Santa. Es muy posible que asistamos a niveles de contracción de la actividad económica del orden de los experimentados en el último trimestre de 2008, justo después del estallido de la crisis financiera global. Diferentes simulaciones apuntan a que la contracción del PIB respecto del año anterior podría llegar a ser del 4% para el conjunto del 2020 en un escenario de un mes de confinamiento fuerte. Aunque, a diferencia de aquella crisis, ésta será inicialmente una crisis de oferta, por la imposibilidad de poder ofrecer un amplio abanico de productos o servicios, especialmente en los ámbitos ligados al transporte, la hostelería, la restauración o el comercio físico no alimentario.
El gran riesgo a corto plazo está en la transmisión de este shock a la demanda. Muchas de estas empresas, perfectamente solventes y viables en circunstancias normales, pueden verse afectadas por una crisis de liquidez que no les permita hacer frente a pagos de nóminas o a proveedores, generando una reacción en cadena. Aquí reside la gran diferencia respecto a la crisis del 2008. En ese momento, la restricción crediticia generó un efecto en cadena debido a que muchas empresas eran únicamente viables tirando de crédito.
Es en este punto donde emerge un sorprendente consenso entre los expertos económicos, con independencia del barniz ideológico: es necesaria una rápida actuación de los estamentos públicos para garantizar la liquidez, que necesariamente pasa por la moratoria en la liquidación de impuestos, tasas y cotizaciones sociales de aquellos sectores más directamente afectados por el parón. También sería bueno que las administraciones públicas intentaran reducir al mínimo los plazos de pago a proveedores, especialmente a los más pequeños (autónomos y PIMES). No obstante, estas medidas deben ir ineludiblemente acompañadas de una inyección de liquidez extra que permita garantizar a corto plazo el pago de nóminas o otros gastos indispensables para la continuidad del negocio. En este sentido, las decisiones que se están tomando a nivel español e internacional van en esta línea, probablemente con recuerdo bien presente de la crisis anterior.
Frente a esta situación, eso sí, el esfuerzo debería ser compartido y que el impacto inicial lo soportara en mayor medida aquellos que tienen más margen de maniobra. En esta línea, propuestas como la danesa, donde gobierno, sindicatos y patronales han llegado a un acuerdo en el que el gobierno pagará el 75% de los sueldos a los sectores más afectados por la crisis, los trabajadores aceptan recortar cinco días de vacaciones, y se asegura que no se producirán despidos durante el periodo de excepción, deberían ser un punto de referencia (una propuesta que en términos parecidos apuntaba el profesor Mas-Colell). También lo sería el hecho de que instituciones financieras o grandes empresas de suministros básicos activaran mecanismos para facilitar la sacudida a aquellos clientes que hayan perdido momentáneamente buena parte de sus ingresos. Sólo de esta manera se puede aventurar que esta crisis sea temporal y no el primer estadio de un nuevo ciclo recesivo.
Si se supera este reto, la crisis actual tendrá con toda probabilidad importantes impactos a medio o largo plazo, de la misma manera que el shock de 1973 llevó a repensar una estructura económica organizada alrededor del petróleo. Vemos algunos casos concretos.
- El teletrabajo forzado durante semanas de amplios colectivos muy probablemente cambiará radicalmente la manera en que se trabaja en las oficinas, siendo posible un importante salto de productividad. No obstante, estos beneficios puede que acaben limitándose a un colectivo relativamente pequeño de trabajadores y que muy a menudo no son aquellos para los cuales el trabajo a distancia sería más beneficioso, bien por la accesibilidad al puesto de trabajo, bien por la posibilidad de conciliar.
- Así mismo, estos cambios también implicarán la aceleración de transformaciones en la enseñanza, especialmente en la educación superior, que abandonará un modelo mayoritariamente presencial para avanzar hacia un modelo híbrido, lo que podría generar una tendencia a la polarización, en la que las grandes instituciones acapararan cuota de mercado en detrimento de centros más pequeños. También podría agravar las desigualdades salariales entre docentes.
- La crisis también traerá cambios en uno de los iconos del proceso de globalización de las últimas décadas: la globalización y la complejidad de las cadenas de suministros. Es probable que, en un futuro, éstas se simplifiquen, reforzando los procesos de relocalización que ya se estaban produciendo durante la última década. Este hecho no implica necesariamente que la globalización esté tocada de muerte. Todo lo contrario: la globalización se jugará ahora en el campo digital, y menos en el campo físico.
- Uno de los sectores que puede quedar más alterado es el vinculado al transporte y al turismo, especialmente si las medidas más drásticas (los confinamientos) perduran a lo largo del tiempo, o si un rebrote en un futuro próximo obliga a adoptar medidas parecidas. El descubrimiento y aprendizaje forzado de herramientas más o menos avanzadas de videoconferencia pueden reducir notablemente, ahora sí, muchos desplazamientos por motivos profesionales. Así mismo, es previsible que el tráfico aéreo de carácter turístico, así como el de los cruceros, toquen techo después de tres décadas de crecimientos casi ininterrumpidos.
- Finalmente, la crisis del COVID-19 muy posiblemente consolidará el comercio en línea y supondrá la estocada final para una parte del tejido comercial tradicional. Este hecho tendrá un impacto indudable no sólo a nivel económico (donde la tendencia a la concentración empresarial está asegurada), sino también a nivel de tejido urbano, en tanto que el comercio tradicional ha jugado un papel que ha ido más allá de la mera distribución comercial, generando redes comunitarias, muy a menudo ignoradas por los análisis.
Todos estos aspectos tendrán su implicación territorial. La más evidente es qué pasara con una metrópolis que durante las tres últimas décadas ha ido especializándose en actividades vinculadas al turismo, ayudada entre otros por una coyuntura global muy favorable, y que permitió a la ciudad vivir relativamente bien incluso en los peores años de la crisis económica. Por primera vez en una generación nos encontramos con que no sabemos si contamos con un recurso que permita compensar, con todas sus limitaciones, posibles problemas en otros sectores de la economía.
Por otra parte, la crisis también ha puesto de manifiesto la necesidad de revisar las hipótesis de partida de algunos debates. El experimento de laboratorio que supuesto limitar la actividad de la ciudad y que ha hecho caer el tráfico a niveles ínfimos, ha hecho ver que la contaminación del vehículo privado, atmosférica y acústica, es una de las principales amenazas a la salud de las ciudades. Y una pregunta incómoda: ¿Serán necesarias a corto y medio plazo algunas obras que nos estamos planteando, o nos pasará algo similar a lo que pasó en los años 70 cuando algunos proyectos, como el centro direccional de Cerdanyola o la ciudad satélite de Gallecs, pasaron (felizmente) a mejor vida?
Estamos pues delante de un reset que ha coincidido en el tiempo con el 30º aniversario de la aprobación del Plan Estratégico Económico y Social Barcelona 2000, el resultado de un proceso de reencuentro que se inició precisamente a raíz de un shock de grandes magnitudes. Curemos las heridas lo más pronto posible y aprovechemos las circunstancias para hacer un nuevo ejercicio de dibujo de una metrópolis que necesariamente deberá de partir de supuestos y miradas diferentes a las de 1990, pero que tiene que proyectarse hacia la reinvención en la década que justo ahora empezamos. En este sentido, desde el PEMB hacemos el llamamiento a todos los actores económicos y sociales metropolitanos a trabajar en los próximos meses en la definición de la estrategia a seguir en el horizonte 2030.
Las opiniones de los autores y las autoras no representan necesariamente el posicionamiento del PEMB.